**Elisheba: La Mujer Virtuosa de Ofir** (Note: This title is under 100 characters, focuses on the core theme, and removes symbols/quotes as requested.)
**La Mujer Virtuosa: Una Historia Basada en Proverbios 31**
En los días del rey Lemuel, un sabio monarca cuyas palabras fueron registradas por inspiración divina, había una ciudad próspera llamada Ofir. Entre sus calles empedradas y mercados bulliciosos, vivía una mujer cuyo nombre era Elisheba, hija de Joel, de la tribu de Judá. Su vida era un reflejo viviente de las palabras que el rey Lemuel había aprendido de su madre y que luego fueron escritas en el libro de los Proverbios.
Elisheba se levantaba antes del alba, cuando las estrellas aún titilaban en el cielo oscuro y el rocío cubría los campos. Con manos diligentes, encendía las lámparas de aceite en su hogar y preparaba el pan para su familia. Su esposo, Yair, un respetado anciano a las puertas de la ciudad, confiaba plenamente en ella, pues su corazón reposaba seguro al saber que su casa estaba en buenas manos.
Los días de Elisheba estaban llenos de laboriosidad. Con destreza, hilaba lana y lino, tejiendo mantos cálidos para el invierno y túnicas finas para los mercaderes que pasaban por Ofir. Sus dedos, ágiles como los de una araña tejiendo su red, no conocían la pereza. Cada mañana, después de orar al Señor, salía al campo para inspeccionar sus viñas y olivares. La tierra bajo su cuidado daba fruto en abundancia, pues ella entendía que la bendición de Dios reposaba sobre el trabajo de los justos.
Una vez, durante la temporada de cosecha, los trabajadores de Elisheba se enfermaron a causa de un viento pestilente que sopló desde el desierto. Sin vacilar, ella misma se envolvió el manto alrededor de la cintura y, con una hoz en mano, se unió a la siega. Las mujeres del pueblo, al verla, murmuraban entre sí: «¿Quién como Elisheba, que no teme al trabajo ni al calor del día?». Y así era: su vigor y fortaleza eran conocidos por todos.
Pero su bondad no se limitaba a su hogar. Cada viernes, antes de la llegada del Shabat, Elisheba llenaba una canasta con pan, frutas y vestidos que ella misma había confeccionado, y los llevaba a las viudas y huérfanos de Ofir. Sus palabras eran siempre de aliento: «El Señor es vuestro sustento, pero mientras Él me dé fuerzas, mis manos estarán abiertas para vosotros».
En el mercado, los comerciantes sabían que los tejidos de Elisheba eran de la mejor calidad. Sus telas, teñidas con púrpura y carmesí, eran buscadas por los mercaderes de Tiro y Sidón. Un día, un hombre rico de lejanas tierras le ofreció una bolsa llena de monedas de plata por un manto que ella había bordado con hilos de oro. Elisheba, sin embargo, declinó la oferta. «Este manto está destinado para el sacerdote de nuestro pueblo, para que lo use en los días sagrados», explicó con firmeza. Su prioridad no era la ganancia, sino honrar al Señor.
Con el paso de los años, la fama de Elisheba creció, pero su humildad permaneció intacta. Sus hijos, al llegar a la edad adulta, se levantaban y la llamaban bienaventurada. Su esposo, Yair, alababa su virtud delante de los ancianos: «Muchas mujeres han hecho el bien, mas tú, Elisheba, las superas a todas».
Y así, cuando llegó el tiempo de su reposo, la ciudad entera lloró su partida. Pero su legado perduró en los corazones de quienes la conocieron. En las noches de luna llena, las madres de Ofir contaban a sus hijas la historia de Elisheba, la mujer virtuosa cuyo valor superaba al de los rubíes, y cuyas obras alababan al Señor en las puertas de la ciudad.
*»Engañosa es la gracia y vana la hermosura; la mujer que teme al Señor, esa será alabada.»* (Proverbios 31:30)