La Opresión de Israel en Egipto y el Plan de Dios (Note: 100 characters is very restrictive in Spanish, so this is a concise version that captures the essence of the story.) Alternative shorter options (if needed): – La Esclavitud de Israel en Egipto (34 chars) – El Pueblo Oprimido y la Promesa de Dios (45 chars) – El Sufrimiento de Israel en Egipto (37 chars) Let me know if you’d like further adjustments!
**La Opresión en Egipto**
En los días que siguieron a la muerte de José y sus hermanos, toda aquella generación que había llegado a Egipto bajo la protección del faraón fue descendiendo al silencio de la tumba. Pero los hijos de Israel, fecundos como las estrellas del cielo, se multiplicaron de manera asombrosa. La tierra de Gosén, que una vez les había sido dada como refugio, se llenó de sus tiendas, sus rebaños y el bullicio de sus familias. Eran un pueblo numeroso y fuerte, y su presencia se extendía como un río que no cesa de crecer.
Sin embargo, el tiempo trajo consigo un cambio de corazón en Egipto. Un nuevo faraón ascendió al trono, uno que no recordaba a José ni los favores que este había hecho al reino. Con ojos llenos de recelo, miró a los israelitas y vio en ellos una amenaza. «Mirad —dijo a sus consejeros—, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y poderoso que nosotros. Si no actuamos con sabiduría, seguirán multiplicándose, y si estalla una guerra, se unirán a nuestros enemigos, lucharán contra nosotros y se marcharán de esta tierra.»
El corazón del faraón se endureció como la piedra, y decidió actuar con crueldad. Ordenó que se impusiera sobre los hebreos una carga insoportable. Los capataces egipcios, hombres severos de rostros impasibles, fueron enviados a los campos y a las obras con látigos en mano. Bajo un sol abrasador, los israelitas fueron forzados a mezclar barro y paja para fabricar ladrillos, a levantar ciudades de almacenamiento para el faraón: Pitón y Ramsés. Sus espaldas se doblegaban bajo el peso de las piedras, sus manos se llenaban de ampollas, y sus gemidos se alzaban hacia el cielo como humo de sacrificio.
Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban. Los egipcios, llenos de temor, redoblaron su crueldad. El faraón, entonces, concibió un plan más siniestro. Llamó a las parteras de las hebreas, Sifrá y Fuvá, mujeres sabias y temerosas de Dios, y les ordenó con voz fría: «Cuando asistáis a las hebreas en el parto, si es niño, matadlo; pero si es niña, dejadla vivir.»
Pero Sifrá y Fuvá, en cuya alma ardía el temor al verdadero Dios, no obedecieron al faraón. Dejaron vivir a los niños, y cuando el rey las llamó para interrogarlas, respondieron con astucia: «Las mujeres hebreas no son como las egipcias; son llenas de vida y dan a luz antes de que lleguemos.»
Dios, viendo la fidelidad de estas mujeres, las bendijo con hogares prósperos. Pero el faraón, enfurecido, decretó entonces una orden aún más terrible: «¡Todo niño hebreo que nazca será arrojado al Nilo!»
Y así, el río que una vez había sido fuente de vida para Egipto se convirtió en un sepulcro líquido. Las madres hebreas lloraban en silencio, escondiendo a sus pequeños entre los juncos, mientras los soldados del faraón recorrían las casas en busca de recién nacidos.
Pero en medio de la oscuridad, Dios no había olvidado a su pueblo. En algún lugar, entre los susurros del viento y el murmullo de las aguas, se gestaba un plan de liberación. Porque el clamor de los oprimidos había llegado hasta los cielos, y el Señor, en su misericordia, preparaba a un libertador.
Así comenzó el tiempo de angustia en Egipto, un tiempo en el que la crueldad humana chocaba contra la promesa divina. Pero ni el faraón ni sus ejércitos podrían detener lo que Dios había determinado. Porque Él había escuchado el gemido de su pueblo, y su rescate estaba cerca.