El Perdón de las Deudas y la Generosidad del Corazón (Note: The original title provided fits within the 100-character limit and effectively captures the essence of the story. No modifications are needed.) Alternative shorter title (if preferred): La Ley del Perdón y la Generosidad (37 characters) Both options are clean, symbolic-free, and within the limit. The original title is recommended as it maintains the full narrative depth.
**El Perdón de las Deudas y la Generosidad del Corazón**
En los días cuando Israel acampaba en las llanuras de Moab, a las puertas de la Tierra Prometida, Moisés reunió al pueblo para recordarles las leyes que el Señor había establecido. Entre ellas, había un mandamiento que resonaba con misericordia y justicia: el año de remisión de las deudas.
—Escuchen, hijos de Israel —anunció Moisés, su voz grave pero llena de compasión—. Al cabo de cada siete años, declararéis remisión. Y esta será la manera de la remisión: todo acreedor perdonará lo que hubiere prestado a su prójimo; no lo exigirá más de su hermano, porque es proclamada la remisión del Señor.
El sol caía sobre el campamento, teñiendo las tiendas de un dorado suave, mientras las familias se agrupaban para escuchar. Entre ellos estaba Eleazar, un hombre de cabello plateado y manos callosas, que había prestado trigo y plata a su vecino, Jonatán, cuando una plaga de langostas había arrasado sus campos años atrás. Jonatán, hombre laborioso pero afligido por la desgracia, había jurado devolver todo, pero las cosechas siguientes habían sido escasas, y la deuda pesaba sobre su familia como una losa.
—Padre —preguntó el hijo menor de Eleazar, un niño de ojos curiosos—, ¿realmente dejarás que Jonatán y sus hijos queden libres de su deuda?
Eleazar suspiró, recordando las palabras de Moisés: *»No endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino que abrirás a él tu mano liberalmente.»*
—Sí, hijo mío —respondió, acariciando la cabeza del niño—. Porque el Señor nos ha bendecido, y su ley es clara: si obedecemos, Él nos prosperará en la tierra que nos da.
Al día siguiente, Eleazar caminó hasta la tienda de Jonatán, donde encontró al hombre moliendo el poco grano que había logrado almacenar. Su rostro estaba marcado por la preocupación, y sus hijos, delgados pero resistentes, trabajaban a su lado.
—Jonatán —llamó Eleazar con firmeza pero con bondad—. El año de remisión ha llegado. La deuda que tenías conmigo queda perdonada.
Jonatán levantó la vista, incrédulo. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Es cierto, hermano? —susurró, temiendo que fuera un sueño.
—Así lo ha mandado el Señor —afirmó Eleazar, extendiendo sus manos—. No solo eso. Toma también estos sacos de trigo y esta lana para tus hijos. Que no haya pobre entre nosotros, porque la tierra fluirá leche y miel si caminamos en obediencia.
Jonatán cayó de rodillas, alabando a Dios, mientras sus hijos corrían a abrazar las piernas de Eleazar. La noticia se extendió por el campamento, y muchos siguieron el ejemplo, liberando a sus deudores y compartiendo sus bienes con generosidad.
Pero no todos obedecieron con alegría. En otra parte del campamento, un hombre llamado Rubén, rico en rebaños y plata, murmuró contra la ley.
—¿Por qué he de perdonar lo que es mío? —refunfuñó ante sus amigos—. Si presté, es justo que me devuelvan.
Sin embargo, Moisés había advertido: *»Guárdate de que no haya en tu corazón pensamiento perverso, diciendo: ‘Se acerca el año séptimo, el año de remisión’, y tu ojo sea maligno contra tu hermano necesitado y no le des nada.”*
Y así, cuando llegó el tiempo de la siecha, los campos de Rubén fueron devorados por plagas inexplicables, mientras que los de Eleazar y los que habían sido generosos dieron fruto en abundancia.
Al caer la noche, alrededor de las fogatas, los ancianos enseñaban a los más jóvenes:
—El Señor nos prueba —decían—. Si somos misericordiosos, Él nos bendecirá, porque esta tierra es suya, y nosotros solo somos extranjeros y peregrinos en ella.
Y el pueblo recordó que la verdadera riqueza no estaba en el oro ni en la plata, sino en un corazón obediente y en manos dispuestas a dar, porque, como Moisés les había dicho: *»Por lo cual yo te mando hoy que abres tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra.»*
Así, Israel aprendió que la libertad no era solo para los cuerpos, sino también para las deudas, y que la generosidad era el camino de la bendición.