**El Gozo de la Arrepentimiento: Una Historia Basada en 2 Corintios 7**
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas de Macedonia, pintando el cielo de tonos dorados y púrpuras. Pablo, el apóstol, se encontraba en la ciudad de Filipos, sentado junto a una pequeña fogata en la casa de Lidia, la vendedora de púrpura. A su alrededor, varios creyentes se habían reunido para escuchar sus palabras. El aire olía a pan recién horneado y a hierbas frescas, pero el corazón de Pablo estaba agitado. Había enviado una carta dura a los corintios, y ahora esperaba noticias de cómo la habían recibido.
Mientras compartía un trozo de pan con Timoteo, su fiel compañero, Pablo suspiró profundamente. «Hermano,» le dijo, «no puedo dejar de pensar en los corintios. Nuestra última carta fue severa, pero necesaria. El pecado no puede tener lugar entre los santos.» Timoteo asintió, recordando los informes sobre la inmoralidad y las divisiones que habían afligido a la iglesia en Corinto.
De repente, la puerta se abrió, y entró Tito, el mensajero que Pablo había enviado a Corinto. Su rostro, iluminado por la luz del fuego, no mostraba preocupación, sino una sonrisa amplia. «¡Pablo!» exclamó, acercándose rápidamente. «¡Buenas noticias! Los corintios han recibido tu carta con dolor, pero un dolor según Dios, que los ha llevado al arrepentimiento.»
Pablo se levantó de un salto, sus ojos brillando con lágrimas. «¿De verdad, Tito? ¿Cómo respondieron?»
Tito comenzó a relatar todo lo que había visto: cómo la comunidad se había reunido para leer la carta, cómo las palabras de Pablo habían penetrado sus corazones como una espada afilada, y cómo, en lugar de rebelarse, habían humillado sus almas delante del Señor. «Hubo lágrimas,» dijo Tito, «pero no de desesperación, sino de un genuino pesar por haber afligido al Espíritu Santo. Buscaron restituir lo que estaba mal y purificar su comunión.»
Pablo, conmovido, alzó sus manos hacia el cielo. «¡Bendito sea Dios, que consuela a los humildes!» exclamó. «Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.»
Los presentes guardaron silencio, sintiendo el peso de esas palabras. Pablo continuó, explicando cómo el dolor piadoso era un regalo del cielo, una señal de que el Espíritu estaba obrando en sus corazones. «Miren, hermanos,» dijo, «los corintios no solo se entristecieron, sino que actuaron. Quitaron de entre ellos al que vivía en pecado, renovaron su compromiso con la pureza, y demostraron su amor hacia nosotros al recibir la corrección con humildad.»
Tito asintió. «Sí, Pablo. Y no solo eso, sino que su anhelo por verte, sus lágrimas y su celo por honrar el Evangelio me confirmaron que su arrepentimiento era genuino.»
Pablo se sentó de nuevo, sintiendo una paz que no había experimentado en semanas. «Esto es lo que significa servir a Cristo,» musitó. «No solo anunciar su gracia, sino también guiar a los hermanos hacia la santidad, aunque eso implique momentos difíciles.»
Alrededor del fuego, los creyentes comenzaron a alabar a Dios, recordando cómo Él transforma el dolor en gozo y la corrección en crecimiento. Pablo, con el corazón lleno de gratitud, tomó un trozo de pergamino y comenzó a escribir:
*»Así que, aunque os contristé con mi carta, no lo lamento…»*
Y esa noche, bajo el cielo estrellado de Macedonia, Pablo comprendió una vez más que el verdadero ministerio no era evitar el dolor, sino guiar a las almas hacia el arrepentimiento que lleva a la vida eterna.
**Fin.**