Biblia Sagrada

La Lucha de Marcos: Gracia en Romanos 7

**La Lucha Interior de Marcos: Una Historia Basada en Romanos 7**

En la bulliciosa ciudad de Corinto, bajo el ardiente sol del Mediterráneo, vivía un hombre llamado Marcos. Era un escriba meticuloso, conocido por su devoción a la Ley de Moisés. Desde niño, había sido instruido en los mandamientos, y su vida giraba en torno a cumplir cada precepto con exactitud. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, una batalla feroz lo consumía.

Marcos amaba la Ley de Dios. Cada mañana, antes de que los primeros rayos del sol iluminaran las estrechas calles de la ciudad, se sentaba en su pequeño estudio y recitaba los Salmos. Las palabras *»¡Cuánto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación»* resonaban en su mente. Pero cuanto más se esforzaba por obedecer, más consciente era de su propia debilidad.

Una tarde, mientras revisaba un pergamino de los profetas, sus manos temblaron. Había discutido airadamente con un vecino ese día, y las palabras ásperas que había pronunciado lo atormentaban. *»No codiciarás»*, decía la Ley, pero ¿cómo evitar el deseo de venganza cuando lo habían ofendido? *»Amarás a tu prójimo como a ti mismo»*, pero su corazón albergaba resentimiento.

Con un suspiro pesado, Marcos dejó el pergamino y salió al patio de su casa, donde una higuera extendía sus ramas. El sol de la tarde teñía el cielo de tonos dorados, pero su alma estaba sumida en sombras.

—¿Por qué, si quiero hacer el bien, el mal está presente en mí? —murmuró, recordando las palabras que había escuchado de un predicador cristiano tiempo atrás.

Ese hombre, un tal Pablo de Tarso, había hablado de una lucha interior, de una ley espiritual que guerreaba contra la ley de la carne. En ese momento, Marcos no lo había entendido, pero ahora sus palabras cobraban vida en su propio ser.

**La Ley del Pecado**

Esa noche, Marcos no pudo dormir. Se revolcaba en su lecho, atormentado por sus fracasos. Había jurado no volver a caer en la ira, pero una vez más había perdido el control. Había prometido ser generoso, pero la avaricia se filtraba en sus pensamientos.

—¡Miserable de mí! —exclamó en voz baja—. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

En la quietud de la noche, una respuesta vino a su corazón, no como un trueno, sino como un susurro: *»La gracia de Dios por medio de Jesucristo»*.

Marcos recordó entonces el mensaje completo de Pablo. No era la Ley la que lo condenaba, sino el pecado que habitaba en él. La Ley era santa, justa y buena, pero él, como hombre caído, no podía cumplirla por su propia fuerza. Necesitaba un Salvador.

**El Encuentro con la Gracia**

Al amanecer, Marcos se dirigió a la sinagoga donde los seguidores de Jesús se reunían. Entre cánticos y oraciones, escuchó nuevamente las palabras de Romanos: *»Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte»*.

Una paz desconocida inundó su corazón. Comprendió que su lucha no terminaría en esta vida, pero que ya no estaba solo. Cristo vivía en él, y por el Espíritu, podía vencer.

Desde ese día, Marcos siguió amando la Ley, pero ya no como una carga imposible, sino como una guía que lo llevaba a depender de Aquel que la había cumplido perfectamente. Y aunque a veces todavía caía, sabía que la misericordia de Dios lo levantaba.

Así, en las calles de Corinto, un escriba encontró no solo la letra que mata, sino el Espíritu que da vida.

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