**La Caída de Tiro: Un Lamento por la Ciudad Mercante**

En los días del profeta Ezequiel, el Señor le dio una palabra de juicio contra la orgullosa ciudad de Tiro, una metrópolis esplendorosa que se enriquecía con el comercio de las naciones. Era una ciudad que se consideraba invencible, asentada en una isla rodeada por murallas impenetrables, cuyos barcos surcaban los mares llevando riquezas de todo el mundo conocido.

Y vino la palabra del Señor a Ezequiel, diciendo:

—Hijo de hombre, levanta un lamento sobre Tiro.

Y Ezequiel comenzó su canto fúnebre, describiendo la gloria pasada de la ciudad:

—Tiro, tú decías: *‘Soy perfecta en hermosura’*. Tus límites estaban en el corazón de los mares; tus constructores perfeccionaron tu belleza. De cipreses de Senir edificaron todas tus tablas; tomaron cedros del Líbano para hacer tus mástiles. De robles de Basán hicieron tus remos; tus bancos los adornaron con marfil, engastado en ébano traído de las costas de Chipre.

Tus velas eran de lino fino bordado de Egipto, que servía de estandarte; tus toldos, de púrpura y escarlata, traídas de las costas de Elisá. Los hombres de Sidón y Arvad eran tus remeros; tus sabios, oh Tiro, estaban dentro de ti, ellos eran tus pilotos. Los ancianos de Gebal y sus artesanos estaban en ti, calafateando tus grietas; todas las naves del mar y sus marineros acudían a ti para negociar tus mercancías.

¡Y qué mercancías llevabas! Plata, hierro, estaño y plomo de Tarsis; esclavos y utensilios de bronce de Grecia; caballos, mulos y carros de Armenia; marfil y ébano de Arabia; esmeraldas, púrpura, bordados y coral de Siria; trigo fino, miel, aceite y bálsamo de Judá; vino y lana blanca de Uzal; hierro labrado, casia y caña aromática de Damasco; mantos tejidos y tapices de colores de los comerciantes de Sabá.

Todas las naciones traficaban contigo; con oro, plata, piedras preciosas y perlas pagaban tus mercancías. Edom, Moab, los filisteos, los de Persia y Libia estaban en tus plazas. Hasta los hombres de Arabia y de Sabá venían con sus rebaños, sus carneros y sus machos cabríos. Los mercaderes de Sabá y de Raama cambiaban por tus bienes las especias más finas, toda piedra preciosa y el oro más puro.

Pero tu corazón se llenó de orgullo por tu esplendor, y corrompiste tu sabiduría a causa de tu resplandor.

Por eso, así dice el Señor Dios:

—Por cuanto te has enaltecido en tu corazón y dices: *‘Soy un dios, estoy sentada en el trono de Dios en medio de los mares’*, aunque no eres más que un hombre y no un dios, he aquí que traeré contra ti extranjeros, los más crueles de las naciones. Ellos desenvainarán sus espadas contra la hermosura de tu sabiduría y profanarán tu esplendor. Te hundirán en el abismo, y morirás con muerte violenta en medio del mar.

¿Acaso dirán ante ti los que te maten: *‘¿Dónde está tu comercio, oh ciudad gloriosa?’* Todos los que conocieron tu poder entre los pueblos temblarán por tu caída. Los reyes de las costas se estremecerán al ver tu humillación, y los mercaderes del mundo silbarán de asombro ante tu ruina.

Porque así dice el Señor Dios:

—Cuando te hunda en el mar, en las profundidades de las aguas, tu multitud y tus riquezas quedarán sepultadas. Todos los habitantes de las costas se asombrarán de ti, y sus reyes se llenarán de espanto. Los mercaderes de los pueblos silbarán contra ti; vendrás a ser espanto, y dejarás de existir para siempre.

Y así fue. Porque el juicio de Dios cayó sobre Tiro, y la ciudad que una vez fue reina de los mares fue derribada. Sus barcos ya no surcaron las olas, sus mercados quedaron en silencio, y su orgullo fue humillado.

Porque el Señor Dios lo había dicho, y así se cumplió.