Biblia Sagrada

La Ciudad Renovada: Una Historia de Esperanza en Isaías 54

**La Ciudad Restaurada: Una Historia Basada en Isaías 54**

El sol se alzaba sobre las ruinas de Jerusalén, bañando con su luz dorada los muros derribados y las calles que alguna vez resonaron con el bullicio de un pueblo próspero. El silencio era profundo, roto solo por el susurro del viento que arrastraba el polvo de lo que había sido una ciudad gloriosa. Entre las sombras de los escombros, una figura solitaria caminaba con paso lento: era una mujer, vestida de luto, su rostro marcado por la tristeza y el abandono. Se llamaba Sión, y su corazón gemía por los días pasados, cuando sus hijos llenaban sus plazas y el templo brillaba con la presencia de Dios.

Pero ahora, todo era desolación.

Sin embargo, en medio de su aflicción, una voz resonó, clara como el sonido de una trompeta en la mañana:

—¡Grita de alegría, oh estéril, tú que nunca diste a luz! —era la voz del Señor, que hablaba con ternura y firmeza—. Rompe en canciones de júbilo, tú que nunca tuviste dolores de parto, porque más son los hijos de la abandonada que los de la casada, dice el Señor.

Sión alzó su rostro, confundida. ¿Cómo podía cantar si sus manos estaban vacías? ¿Cómo podía regocijarse si su vergüenza era conocida por todas las naciones? Pero la voz continuó, llena de promesas:

—Ensancha el sitio de tu tienda, extiende las cortinas de tu morada; no te limites. Alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas, porque te extenderás a la derecha y a la izquierda. Tu descendencia heredará naciones y poblará ciudades desoladas.

Las palabras del Señor eran como un bálsamo sobre su corazón herido. Sión miró a su alrededor, y de repente, en lugar de ruinas, vio en su espíritu una visión: calles pavimentadas con oro, murallas de jaspe, y una multitud incontable de hijos e hijas que volvían a ella, corriendo con risas y cantos.

—No temas —continuó el Señor—, porque no serás avergonzada. No temas la humillación, porque no serás confundida. Olvidarás la vergüenza de tu juventud y no recordarás más el oprobio de tu viudez.

Un cálido viento sopló, levantando el polvo de su pasado. Sión sintió que algo nuevo brotaba dentro de ella, como un río que rompía las cadenas del invierno.

—Porque tu esposo es tu Creador —dijo el Señor—, el Señor de los ejércitos es su nombre. Tu Redentor, el Santo de Israel, será llamado Dios de toda la tierra.

Y entonces, como si el cielo mismo descendiera, una luz gloriosa envolvió la ciudad. Las piedras que habían sido arrancadas se levantaron solas, ajustándose perfectamente en su lugar. Las puertas, que habían sido quemadas, se reconstruyeron con madera incorruptible. Y en el corazón de Sión, brotó un cántico nuevo:

—Con amor eterno te he amado —declaró el Señor—, por eso te he atraído con misericordia.

En ese momento, supo que nunca más sería abandonada. Aunque las montañas se corrieran y los collados temblaran, la misericordia del Señor no se apartaría de ella.

Y así, bajo el cielo renovado, Sión se levantó, vestida no ya de luto, sino de gala, como una novia que espera a su esposo. Porque el Señor había jurado que, aunque por un momento la había dejado, con gran compasión la reuniría de nuevo.

Y la ciudad que una vez estuvo desolada, ahora brillaba con la promesa de un futuro eterno.

**Fin.**

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