**El Don de Profecía y el Orden en la Iglesia**
En la ciudad de Corinto, la iglesia se reunía con fervor y entusiasmo. Los creyentes, llenos del Espíritu Santo, se congregaban para adorar, orar y edificar unos a otros. Sin embargo, en medio de su celo espiritual, surgían confusiones y desórdenes que preocupaban al apóstol Pablo, quien, desde lejos, les escribió una carta para guiarlos en el camino correcto.
En el capítulo 14 de su primera carta a los corintios, Pablo abordó un tema crucial: el uso de los dones espirituales, en particular el don de lenguas y el don de profecía. Con palabras claras y llenas de sabiduría, el apóstol les recordó que todos los dones eran dados por el Espíritu para la edificación de la iglesia, pero que debían ser ejercidos con orden y amor.
Pablo comenzó su enseñanza destacando la importancia de buscar el don de profecía por encima del don de lenguas. «El que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios; en efecto, nadie le entiende, pues habla misterios por el Espíritu», explicó. Sin embargo, el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consuelo. El profeta, inspirado por el Espíritu, traía palabras que fortalecían la fe de los creyentes y los guiaban en su caminar con Cristo.
Pablo usó una analogía vívida para ilustrar su punto: «Si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿de qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina? Lo mismo acontece con los instrumentos musicales, como la flauta o el arpa. Si no dan sonidos distintos, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con el arpa? Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?»
El apóstol enfatizó que el don de lenguas, aunque valioso, era como un sonido sin significado claro para quienes no lo entendían. En cambio, la profecía era como una trompeta que anunciaba claramente la voluntad de Dios, preparando a los creyentes para la batalla espiritual.
Pablo también abordó el tema de la interpretación de lenguas. «Si alguno habla en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; y uno interprete. Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios», instruyó. El orden era esencial para evitar confusiones y asegurar que todos fueran edificados.
El apóstol continuó explicando que la profecía debía ser evaluada cuidadosamente. «Los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen», dijo. Esto aseguraba que las palabras pronunciadas estuvieran en armonía con la verdad revelada en las Escrituras y que no fueran producto de emociones humanas o influencias engañosas.
Pablo también recordó a los corintios que Dios no es un Dios de confusión, sino de paz. «Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice», añadió, refiriéndose a la importancia de mantener el orden y la sumisión en la iglesia, según las enseñanzas apostólicas.
Finalmente, el apóstol concluyó con una exhortación solemne: «Así que, hermanos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar en lenguas; pero hágase todo decentemente y con orden». Les recordó que todos los dones eran dados para glorificar a Dios y edificar a la iglesia, y que debían ser ejercidos con humildad y amor.
Los corintios, al recibir esta carta, reflexionaron profundamente sobre las palabras de Pablo. Comprendieron que el verdadero propósito de los dones espirituales no era exaltar a las personas, sino glorificar a Dios y fortalecer a la comunidad de creyentes. Con un nuevo compromiso de vivir en orden y armonía, la iglesia de Corinto continuó creciendo en fe y en amor, siendo un testimonio vivo del poder transformador del Evangelio.
Y así, la enseñanza de Pablo en 1 Corintios 14 se convirtió en un faro de luz para todas las generaciones futuras, recordándonos que, en todo lo que hacemos, debemos buscar la edificación de la iglesia y la gloria de Dios, actuando con sabiduría, orden y amor.