Según las palabras del profeta Jeremías en el libro que lleva su nombre, capítulo 18, Dios lo envió un día a la casa del alfarero para hacerle comprender una poderosa verdad a través de una alegoría tangible.
Había una vez un hombre llamado Jeremías, que era un profeta de Dios. Un día, Dios habló a Jeremías y le dijo: «Levántate y ve a casa del alfarero, allí te haré oír mis palabras». Jeremías, reconociendo la voz de Dios, se levantó obedientemente y fue a la casa del alfarero.
Al llegar, Jeremías vio al alfarero trabajando en su rueda. El alfarero estaba modelando un vaso de barro, pero algo salió mal. El vaso que estaba haciendo el alfarero se estropeó en su mano; sin embargo, no se rindió ni se deshizo de la arcilla. En lugar de eso, el alfarero comenzó a hacer otro vaso, uno diferente, según pareció bien hacerlo.
Observando esto, Jeremías escuchó la voz de Dios una vez más. «¿No puedo hacer con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero?», preguntó Dios. «Vosotros sois en mi mano como la arcilla en la mano del alfarero».
Las palabras de Dios golpearon fuertemente a Jeremías. Dios estaba usando la falla y la reconfiguración del vaso de barro como una imagen de cómo trataba a su pueblo. A pesar de que Israel había fallado y pecado muchas veces, Dios no los había desechado. Al contrario, Él estaba dispuesto a rehacer a su pueblo si ellos se volvían de su mal camino.
Jeremías comunicó este mensaje a la gente de Israel, pero ellos se negaron a escuchar. Su orgullo y su dureza de corazón les impedían aceptar la esperanza del arrepentimiento y la restauración que Dios les ofrecía a través del mensaje de Jeremías.
Así que Dios, a través de Jeremías, dio una seria advertencia a su pueblo. Si no escuchaban y se volvían de su mal camino, entonces Dios daría rienda suelta a su juicio sobre ellos.
Al final, Israel no escuchó. Ignoraron las advertencias de Jeremías y continuaron en su desobediencia. Como resultado, Dios finalmente permitió que su juicio cayera sobre Israel, exactamente como Jeremías había advertido.
A través de esta historia, Dios pone de relieve su paciencia y misericordia, pero también su justicia. Aunque Él está dispuesto a perdonar y restaurar a aquellos que se arrepienten, también está listo para juzgar a aquellos que se niegan a escuchar y arrepentirse. Lo mismo se aplica a nosotros hoy. Como el alfarero con su arcilla, Dios nos moldea y nos forma, y si estamos dispuestos a humillarnos y recibimos su corrección, tenemos la promesa de su restauración.