Había una vez un rey que gobernaba una vasta tierra. Bajo su liderazgo, su pueblo prosperó y vivió en paz. Un día, el rey decidió hacer un viaje por todo su dominio. En su caravana, llevaba consigo el Salmo 93, un canto sagrado de celebración a la grandeza y majestuosidad de Dios.
A medida que el rey recorría su reino, recitaba este salmo, llenando de alegría y asombro a todos los que le escuchaban. El salmo decía: «El Señor reina; está vestido de majestuosidad; el Señor está vestido, está ceñido de fuerza. El mundo también está establecido; no puede ser movido».
El rey recorrió campos de trigo que se mecían en el viento, atraviesó ríos que serpenteaban por valles y montañas que se elevaban hasta el cielo. En todos estos lugares, el rey no pudo sino maravillarse ante la obra de Dios. En su corazón, se repetía las palabras del salmo: «Tus testimonios son muy fieles; la santidad conviene a tu casa, Oh Señor, para siempre».
Un día, llegaron a una ciudad devastada por la sequía. Los campos estaban secos y la gente estaba desesperada. Al ver el sufrimiento de su pueblo, el rey se inclinó con tristeza. Sin embargo, incluso en medio de esta desolación, el rey recordó las palabras del salmo: «Los ríos han alzado, oh Señor, los ríos han alzado su voz; los ríos alzan sus olas». Recordó entonces el poder de Dios, que era más fuerte que el rugido de las aguas o cualquier desastre natural. Decidido a no dejar que su pueblo sufriera más, el rey envió ayuda y recursos a la ciudad, permitiéndoles recuperarse y prosperar una vez más.
Mientras regresaba a su palacio, el rey reflexionaba sobre su viaje. Había visto la maravillosa creación de Dios y el sufrimiento humano causado por sus propias dificultades. Pero por encima de todo, aprendió que incluso en las circunstancias más difíciles, las palabras de Dios son verdaderas y fieles.
Este es el poder del Salmo 93, un recordatorio del reinado eterno de Dios, su fuerza y majestuosidad, la estabilidad de su creación y la persistente verdad de sus palabras. Hasta el fin de sus días, el rey mantuvo vivo este mensaje en su corazón, gobernando su reino con sabiduría y justicia, siempre recordando y alabando la majestuosidad del Señor que reina para siempre, vestido de majestuosidad y ceñido de fuerza, cuyos testimonios son muy fieles y cuya santidad conviene a su casa para siempre.