**La Viuda Fiel y el Honor Debido**
En la ciudad de Éfeso, donde la iglesia crecía bajo la guía del apóstol Pablo y sus colaboradores, un asunto de gran importancia había surgido entre los creyentes. El apóstol Pablo, escribiendo desde lejos a su hijo en la fe, Timoteo, le había dado instrucciones precisas sobre cómo tratar a diferentes miembros de la congregación, especialmente a las viudas.
Era un atardecer cálido cuando Timoteo, joven pero lleno de sabiduría divina, se sentó en el patio de una casa donde se reunían los hermanos. A su alrededor, varios ancianos y diáconos escuchaban con atención mientras él leía en voz alta las palabras de Pablo:
*»No reprendas con dureza al anciano, sino exhórtalo como si fuera tu padre. A los jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza.»*
Los presentes asintieron, comprendiendo la importancia de tratar a cada uno con el respeto que merecían según su edad y posición. Pero pronto, la conversación se dirigió hacia un grupo en particular: las viudas.
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**El Cuidado de las Viudas Verdaderas**
Entre la congregación había muchas mujeres que habían perdido a sus esposos. Algunas tenían familiares que las sostenían, pero otras, especialmente las de edad avanzada, habían quedado completamente desamparadas. Timoteo, recordando las palabras de Pablo, explicó:
*»Honra a las viudas que en verdad son viudas. Pero si una viuda tiene hijos o nietos, que estos aprendan primero a cumplir sus obligaciones con su propia familia y así corresponder a sus padres y abuelos, porque esto es agradable delante de Dios.»*
Una mujer de cabello plateado, llamada Marta, se acercó con lágrimas en los ojos. Su esposo había muerto hacía años, y aunque tenía un hijo, este la había abandonado, ocupado en sus propios asuntos. Marta servía día y noche en la iglesia, orando sin cesar y ayudando a los necesitados.
—Hermano Timoteo —dijo con voz temblorosa—, yo no tengo a nadie. Mis fuerzas ya no son las mismas, y aunque confío en el Señor, el hambre a veces llama a mi puerta.
Timoteo, conmovido, recordó lo que Pablo había escrito:
*»La viuda que en verdad está desamparada ha puesto su esperanza en Dios y persiste en sus súplicas y oraciones noche y día.»*
—Marta —respondió con firmeza—, la iglesia no te abandonará. Tú has sido fiel, y es nuestro deber sostenerte.
Los diáconos asintieron, comprometiéndose a asegurar que las viudas como Marta recibieran alimento y sustento.
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**Las Viudas Jóvenes y el Peligro de la Ociosidad**
Sin embargo, no todas las situaciones eran iguales. Entre las viudas, había algunas más jóvenes que, al quedar sin esposo, habían comenzado a vivir en desorden, murmurando y entrometiéndose en asuntos ajenos.
Timoteo advirtió con claridad:
*»Las viudas más jóvenes, en cambio, no deben ser inscritas en el registro, porque cuando sus deseos las apartan de Cristo, quieren casarse de nuevo, y así incurren en condenación por haber abandonado su primer compromiso. Además, aprenden a ser ociosas, andando de casa en casa, y no solo ociosas, sino también chismosas y entremetidas, hablando de lo que no deben.»*
Una joven llamada Lidia, cuyo esposo había fallecido recientemente, bajó la cabeza avergonzada. Ella había caído en esa tentación, dejando de servir y murmurando contra otras hermanas.
—¿Qué debo hacer, entonces? —preguntó con sinceridad.
Timoteo le respondió con bondad pero firmeza:
—Hermana, Pablo aconseja que las viudas jóvenes se casen, críen hijos y gobiernen su casa, para que no den ocasión al enemigo de hablar mal de nosostros. El servicio a Dios no se limita al estado de viudez, sino que puedes honrarle en todo.
Lidia asintió, decidida a cambiar su manera de vivir.
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**El Sustento de los Siervos Fieles**
Finalmente, Timoteo recordó a los ancianos y diáconos otra enseñanza crucial:
*»Los ancianos que gobiernan bien sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: ‘No pondrás bozal al buey que trilla’, y ‘Digno es el obrero de su salario’.»*
Un hombre llamado Lucas, quien había servido fielmente en la enseñanza, escuchó con gratitud. A veces, el cansancio lo abrumaba, pero sabía que su labor no era en vano.
—No debemos descuidar a quienes trabajan en la palabra y la doctrina —concluyó Timoteo—. Así como cuidamos de las viudas, también debemos honrar a los pastores y maestros que dan su vida por el rebaño.
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**Conclusión: Una Iglesia que Honra**
Al caer la noche, la congregación se dispersó, cada uno reflexionando en cómo aplicar estas enseñanzas. Marta recibió una canasta de pan y aceite, Lidia decidió buscar un nuevo comienzo, y los ancianos renovaron su compromiso de servir con integridad.
Timoteo, al mirar hacia las estrellas, oró en silencio: *»Señor, ayúdanos a ser una iglesia que honra, que ama y que vive según tu sabiduría.»*
Y así, la palabra de Dios, transmitida por Pablo y enseñada por Timoteo, seguía dando fruto en Éfeso, guiando a los creyentes en amor y verdad.