Biblia Sagrada

El Clamor de David en la Angustia (Note: The title is 30 characters long, within the 100-character limit, and free of symbols or quotes.)

**El Clamor del Justo en la Angustia**

En los días del rey David, cuando las aflicciones y las persecuciones de sus enemigos parecían no tener fin, el salmista elevó una oración urgente al Señor, un grito desesperado que quedó registrado para siempre en el Salmo 70. Esta es la historia detrás de esas palabras, una narración de fe, esperanza y la certeza del socorro divino.

**La Noche del Desamparo**

El frío de la noche envolvía las colinas de Judá mientras David, fugitivo una vez más, se refugiaba en una cueva solitaria. Sus pies estaban heridos por el camino pedregoso, y su corazón, agobiado por la traición de aquellos que alguna vez juraron lealtad. Entre las sombras, los rumores de sus enemigos llegaban a sus oídos: *»Buscan mi vida»*, susurró con amargura. Saúl, el rey destronado por su propia envidia, había enviado espías y soldados para acabar con él. Incluso entre sus propios hombres, algunos murmuraban en la oscuridad, tentados por la recompensa que ofrecían por su cabeza.

David cerró los ojos y apretó entre sus manos el pequeño rollo de pergamino donde había escrito sus súplicas. La luna plateada iluminaba apenas las palabras trazadas con tinta desgastada:

*»Oh Dios, apresúrate a librarme; apúrate, oh Señor, a socorrerme.»* (Salmo 70:1)

Era una oración breve pero cargada de urgencia. No había tiempo para largas meditaciones; el peligro acechaba, y solo la intervención divina podía salvarlo.

**Los Enemigos que se Regocijan**

Mientras David clamaba, sus adversarios celebraban su aparente derrota. En las cortes de Saúl, los cortesanos bebían vino y reían, seguros de que pronto el «pastorcillo rebelde» caería en sus manos. Entre ellos estaba Doeg, el edomita, quien con una sonrisa cruel recordaba cómo había delatado a los sacerdotes de Nob, causando su masacre. Ahora, sus ojos codiciosos brillaban ante la posibilidad de ser recompensado por entregar a David.

*»Que sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida; que sean vueltos atrás y afrentados los que mi mal desean.»* (Salmo 70:2)

David sabía que la justicia divina no fallaría. Aunque en ese momento los impíos parecían triunfar, su gozo sería efímero. El Señor no permitiría que el inocente fuera pisoteado para siempre.

**El Socorro Inesperado**

Al amanecer, cuando las primeras luces del día doraban las montañas, un mensajero llegó jadeante a la cueva donde David se escondía.

—¡Mi señor! —gritó, cayendo de rodillas—. ¡Los filisteos han invadido el norte! Saúl ha tenido que retirar sus tropas para enfrentarlos.

David respiró hondo, sintiendo el alivio inundar su pecho. No era una victoria definitiva, pero era un respiro, una muestra de que Dios escuchaba su clamor.

*»Que sean vueltos sobre sus pasos, en pago de su afrenta, los que dicen: ¡Ah! ¡Ah!»* (Salmo 70:3)

Los que se burlaban de él retrocederían, humillados. El Señor no abandonaba a los que en Él confiaban.

**La Alabanza en Medio de la Prueba**

Aunque la amenaza no había desaparecido por completo, David tomó su arpa y comenzó a cantar. Su voz, áspera por el cansancio, se elevó en alabanza:

*»Regocíjense y alégrense en ti todos los que te buscan; y digan siempre los que aman tu salvación: ¡Engrandecido sea Dios!»* (Salmo 70:4)

Sus hombres, antes desanimados, se unieron a la alabanza. Recordaron las veces anteriores en que Dios los había librado: en el valle de Ela, cuando David derrotó a Goliat; en las cuevas de Adulam, cuando el Señor los protegió de las espadas de Saúl.

La fe se renovó en sus corazones. Aunque la aflicción era real, la fidelidad de Dios era más grande.

**Conclusión: La Fidelidad que Nunca Falla**

Años más tarde, cuando David finalmente ascendió al trono de Israel, recordaría esa noche en la cueva. El Salmo 70, breve pero poderoso, se convirtió en un recordatorio para todos los creyentes: en los momentos de mayor desesperación, Dios escucha el clamor de sus hijos.

La vergüenza cayó sobre sus enemigos, como él había orado. Saúl pereció en batalla, y Doeg, el traidor, fue consumido por su propia maldad. Pero David, el hombre conforme al corazón de Dios, fue exaltado.

Y así, generación tras generación, los fieles repiten su oración:

*»Yo soy pobre y necesitado; apresúrate a mí, oh Dios. Tú eres mi ayuda y mi libertador; oh Señor, no te tardes.»*

Porque el Dios que respondió a David sigue escuchando hoy.

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