Biblia Sagrada

La Victoria y Grandeza de David en Batalla

**La Victoria y la Grandeza de David**

En los días en que David reinaba sobre Israel, el Señor le concedió grandes victorias y expandió su reino como prometió. El rey, lleno de fe y obediencia, buscaba siempre la guía del Altísimo en cada batalla, y por eso, la mano de Dios estaba con él.

### **La Derrota de los Filisteos**

Una mañana, cuando el sol apenas comenzaba a dorar las colinas de Judá, llegaron mensajeros a la corte de David con noticias inquietantes: los filisteos, esos antiguos enemigos de Israel, habían reunido un gran ejército cerca de Gat y se preparaban para atacar. Estos guerreros, orgullosos y feroces, despreciaban al Dios de Israel y confiaban en sus carros de hierro y sus gigantes.

Pero David no tembló. Se postró ante el Señor y buscó Su voluntad. Con la certeza de que Dios iría delante de él, reunió a sus valientes y marchó hacia el campo de batalla. El choque de espadas resonó en los valles, y el clamor de los soldados se mezcló con el estruendo de los escudos. Sin embargo, el Señor dio la victoria a David, y los filisteos fueron derrotados. David tomó la ciudad de Gat y sus aldeas, arrebatando el control de aquella región que por tanto tiempo había sido una espina para Israel.

### **El Triunfo sobre Moab**

No mucho después, los moabitas, que alguna vez habían dado refugio a David en su juventud, ahora se levantaron en rebelión. Traicionaron su alianza y desafiaron la autoridad del rey ungido por Dios. David, con corazón afligido pero firme en su deber, condujo a sus tropas hacia el desierto de Moab.

La batalla fue feroz. Los moabitas, conocidos por su crueldad, lucharon con fiereza, pero el ejército de David, fortalecido por el poder del Señor, los venció. David midió a los prisioneros con cuerdas, decidiendo su destino según la justicia divina. Algunos fueron perdonados, otros sometidos, pero Moab quedó bajo el dominio de Israel, y llevaron tributo a Jerusalén, reconociendo así la soberanía que Dios había dado a Su siervo.

### **La Caída de Hadad Ezer y los Sirios**

Mientras tanto, en el norte, Hadad Ezer, rey de Soba, buscaba extender su poder. Este monarca orgulloso había reunido un vasto ejército, con carros y jinetes incontables, y marchó hacia el río Éufrates, dispuesto a desafiar a Israel. Pero David, alertado por sus espías, no permitiría que ningún enemigo amenazara al pueblo de Dios.

Con la bendición del Señor, David y sus hombres marcharon hacia el encuentro de Hadad Ezer. La batalla fue épica: los carros de guerra de Soba se estrellaron contra las líneas israelitas, pero los valientes de David, llenos de fe, no retrocedieron. El Señor confundió a los sirios, y David logró una victoria aplastante. Capturó mil carros, siete mil jinetes y veinte mil soldados de a pie. Además, desjarretó los caballos de los carros, dejándolos inútiles para la guerra, cumpliendo así la ley que prohibía a los reyes de Israel confiar en la fuerza de los caballos en lugar de en Dios.

Hadad Ezer huyó, pero su derrota fue tan grande que los sirios de Damasco, que habían venido en su ayuda, también cayeron ante David. Veintidós mil sirios perecieron aquel día, y los sobrevivientes se sometieron, pagando tributo. Así, el Señor le dio a David victoria dondequiera que iba.

### **Los Tesoros para el Santuario**

Con el botín de estas guerras, David consagró grandes riquezas al Señor. Oro, plata y bronce fueron llevados a Jerusalén, junto con los escudos de oro que habían pertenecido a los siervos de Hadad Ezer. Todo esto lo dedicó para el futuro templo que su hijo construiría, pues David sabía que toda victoria y toda riqueza venían de la mano de Dios.

### **La Justicia y la Rectitud de David**

A lo largo de su reinado, David gobernó con justicia y equidad. Puso jueces y oficiales en todo Israel, asegurándose de que el pueblo viviera en paz y bajo la ley del Señor. Sus hijos servían como líderes, y sus generales, como Joab, Abisai y Benaías, eran hombres valientes que actuaban bajo su autoridad.

Así, el reino de David se fortaleció, no por su propia fuerza, sino porque el Señor estaba con él. Las naciones vecinos temblaban ante Israel, y el nombre de David era respetado desde el río de Egipto hasta el gran Éufrates.

**Conclusión**

Estas victorias no fueron meras hazañas militares, sino el cumplimiento de las promesas de Dios a Su pueblo. David, aunque guerrero, siempre reconoció que era el Señor quien daba la victoria. Cada triunfo, cada tributo, cada paso de su reinado apuntaba hacia el Rey eterno que vendría: el Mesías, descendiente de David, cuyo reino no tendría fin.

Y así, bajo el favor divino, David reinó con sabiduría, recordando siempre que «el que se gloría, que se gloríe en el Señor» (1 Crónicas 18:13).

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