Here’s a concise and engaging title for your Bible story in Spanish (within 100 characters, no symbols or quotes): **La idolatría de Micaía en los días sin rey** This captures the core theme of the story while staying within the limit. Let me know if you’d like any adjustments!
**La Historia de Micaía y su Ídolo**
En los días en que no había rey en Israel, y cada uno hacía lo que bien le parecía, vivía un hombre llamado Micaía en la región montañosa de Efraín. Era un hombre de cierta riqueza, pero su corazón no estaba completamente entregado al Señor. Un día, su madre, una mujer temerosa en apariencia pero de fe vacilante, descubrió que le habían robado una gran suma de dinero: mil cien piezas de plata. Al darse cuenta del hurto, llenó el aire con maldiciones, clamando que el culpable recibiera el castigo divino.
Micaía, al escuchar las palabras de su madre, sintió un escalofrío recorrer su espalda, pues él mismo era el ladrón. Temiendo la maldición pronunciada, se acercó a ella con voz temblorosa y confesó: «Madre, soy yo quien tomó la plata. La guardé en mi casa, pero ahora te la devuelvo». La mujer, aunque aliviada, quedó perpleja ante la revelación. En un intento por redimir la situación, exclamó: «¡Bendito sea mi hijo delante del Señor!». Pero en lugar de reprenderlo o guiarlo al arrepentimiento verdadero, decidió consagrar aquel dinero para un fin religioso, aunque torcido.
«Yo dedicaré esta plata al Señor», anunció, «para que mi hijo haga una imagen tallada y un ídolo de fundición. Que sean para honrar a Dios». Y así, con manos que pretendían piedad pero con un corazón dividido, entregó doscientas piezas de plata a los fundidores, quienes moldearon un ídolo recubierto de plata. Micaía, satisfecho, lo colocó en su casa, en un pequeño santuario que improvisó. Allí, junto al ídolo, puso un efod y unos terafines, objetos que mezclaban lo sagrado con lo prohibido.
Con el tiempo, Micaía fue más allá. Consiguió que un joven levita, que vagaba por la región en busca de sustento, se convirtiera en su sacerdote personal. Este levita, originario de Belén de Judá, pertenecía a la familia de Judá pero no era de la línea directa de Aarón. Sin embargo, Micaía, cegado por su propio criterio, lo recibió con alegría. «Quédate conmigo», le dijo, «sé para mí un padre y un sacerdote. Yo te daré diez piezas de plata al año, vestidos y tu sustento». El levita, aunque conocía la ley, aceptó, seducido por la comodidad que le ofrecían.
Micaía, entonces, se convenció a sí mismo de que su situación era bendecida. «Ahora sé que el Señor me favorecerá», murmuró mientras observaba su santuario privado, «porque tengo un levita como sacerdote». Pero su corazón estaba lejos de la verdadera adoración. Había sustituido el temor de Dios por rituales inventados, creyendo que el simple hecho de tener objetos sagrados y un sacerdote garantizaba el favor divino.
Así, en medio de las colinas de Efraín, la casa de Micaía se convirtió en un símbolo de la apostasía que se extendía por Israel. Donde debía haber obediencia, había conveniencia; donde debía haber santidad, había mezcla. Y aunque Micaía se sentía seguro en su pequeña religión personal, los cimientos de su fe eran tan frágiles como el metal de su ídolo.
Y esto sucedió en aquellos días en que no había rey en Israel, y cada uno hacía lo que bien le parecía.