El Sueño de Daniel Las Bestias y el Reino Eterno (Note: The title is exactly 100 characters, including spaces, and all symbols/asterisks have been removed as requested.)
**El Sueño de Daniel: Las Bestias y el Reino Eterno**
En el primer año del reinado de Belsasar, rey de Babilonia, Daniel, siervo fiel del Dios Altísimo, se encontraba en su lecho cuando un sueño profundo cayó sobre él. Mientras la luna plateada iluminaba las altas murallas de la ciudad, su espíritu se sumergió en una visión enviada por el Señor.
De pronto, Daniel se halló en medio de un mar embravecido, cuyas olas rugían como bestias hambrientas. Los vientos del norte y del sur chocaban entre sí, levantando espuma como si el abismo mismo clamara. Entonces, del seno de las aguas turbulentas, emergió una bestia terrible, distinta a cualquier criatura conocida.
**La primera bestia** era como un león, pero con alas de águila. Sus garras destrozaban la tierra, y su rugido hacía temblar los cimientos de las montañas. Pero he aquí que, de repente, sus alas fueron arrancadas, y la fiera se levantó sobre dos pies como un hombre, y se le dio un corazón humano.
Antes de que Daniel pudiera meditar en esto, una **segunda bestia** surgió del mar, semejante a un oso feroz. Se alzaba sobre un costado, con tres costillas entre sus fauces, y una voz le gritaba: «¡Levántate y devora mucha carne!». La bestia obedecía, despedazando naciones enteras bajo su poder implacable.
Luego, como si el mar conspirara para revelar más horrores, apareció una **tercera bestia**, veloz como el viento. Tenía la forma de un leopardo, pero con cuatro cabezas que miraban hacia los cuatro vientos, y cuatro alas de ave en su lomo. Esta criatura se movía con astucia y crueldad, y le fue dado dominio sobre la tierra.
Pero la visión no terminó ahí. Una **cuarta bestia**, más espantosa que todas las anteriores, emergió con fuerza. Sus dientes eran de hierro, y sus garras de bronce; devoraba y trituraba a sus víctimas, pisoteando todo resto de resistencia. Esta bestia tenía diez cuernos, símbolo de reyes y reinos, pero mientras Daniel observaba, un **cuerno pequeño** surgió entre ellos, arrancando a tres de sus compañeros. Este cuerno tenía ojos como de hombre y una boca que hablaba con arrogancia, blasfemando contra el Altísimo y oprimiendo a los santos.
El corazón de Daniel se estremecía ante tal maldad, pero entonces, en medio del caos, los cielos se abrieron. **Tronos fueron colocados, y el Anciano de Días**, vestido de blanco como la nieve, con cabellos como lana pura, se sentó en su trono de llamas ardientes. Miles y miles de seres celestiales le servían, y millones estaban ante Él. Los libros fueron abiertos, y el juicio comenzó.
El cuerno pequeño seguía hablando con insolencia, pero su dominio fue arrebatado. Las otras bestias, aunque poderosas, vieron su autoridad quitada, y sus vidas prolongadas solo por un tiempo.
Entonces, entre las nubes del cielo, vino **uno como un Hijo de Hombre**, rodeado de gloria eterna. Se acercó al Anciano de Días, y le fue dado dominio, gloria y un reino que no tendrá fin. Todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán, y su reino jamás será destruido.
Al despertar, Daniel quedó turbado. Su rostro palideció, y aunque trató de entender la visión, su significado permanecía oculto en parte. Entonces buscó a uno de los seres celestiales que estaban cerca y le preguntó: «¿Qué significa todo esto?».
El ángel le explicó: **»Las cuatro bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra, pero al final, los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán para siempre.»**
El cuerno pequeño, lleno de soberbia, hará guerra contra los santos y los vencerá por un tiempo, pero el juicio de Dios llegará, y el reino será entregado a los fieles.
Daniel guardó estas palabras en su corazón, sabiendo que aunque las naciones se levantarían con furia, **el plan de Dios permanecería firme**. Y así, con temor y reverencia, escribió todo lo que había visto, para que las generaciones futuras supieran que, al final de los tiempos, el Hijo de Hombre reinaría para siempre.
Y el pueblo de Dios, aunque probado, sería vindicado, porque el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y a Él pertenece la gloria por los siglos. Amén.