**La Herencia de las Tribus de José: Efraín y Manasés**
El sol comenzaba a descender sobre la tierra de Canaán, pintando el cielo con tonos dorados y púrpuras mientras los líderes de Israel se reunían en Silo, ante el tabernáculo del Señor. Josué, el fiel siervo que había sucedido a Moisés, estaba repartiendo la tierra prometida entre las tribus. Aquel día, los hijos de José—Efraín y Manasés—se acercaron con una petición solemne.
### **La Petición de las Tribus**
Los líderes de Efraín y Manasés, hombres de rostros curtidos por el sol y manos fuertes por la batalla, se postraron ante Josué y los sacerdotes. Uno de ellos, un anciano de barba blanca y voz firme, habló:
*»Josué, siervo del Señor, el pueblo de José es numeroso, como Dios lo prometió a nuestros padres. La porción que nos has dado es buena, pero no basta para nuestras familias y nuestro ganado. El Señor nos ha bendecido en gran manera, y necesitamos más tierra para habitar.»*
Josué, con sabiduría divina, les respondió:
*»Si sois un pueblo tan grande y fuerte, entonces subid al bosque y despejad tierra en la región de los ferezeos y de los refaítas. La montaña es vuestra; talad los árboles, haced claro el terreno, y poseedlo hasta sus límites. Aunque los cananeos tienen carros de hierro y son fuertes, el Señor estará con vosotros, como lo ha estado hasta ahora.»*
### **El Reto y la Fe**
Los hijos de José miraron hacia las colinas cubiertas de espesos bosques y las ciudades fortificadas de los cananeos. Sabían que la tarea no sería fácil. Los enemigos que aún habitaban en Bet-seán, Taanac, Meguido y Dor eran guerreros experimentados, con armaduras relucientes y carros que resonaban como truenos en el campo de batalla.
Sin embargo, recordaron las palabras de Moisés: *»No temáis, porque el Señor vuestro Dios pelea por vosotros.»* Con esta promesa en sus corazones, los hombres de Efraín y Manasés afilaron sus hachas, prepararon sus espadas y se dispusieron a conquistar lo que les pertenecía por derecho divino.
### **La Conquista del Bosque**
Al amanecer, cientos de hombres se adentraron en los bosques, talando árboles gigantescos cuyas ramas parecían tocar el cielo. El sonido de hachas golpeando la madera resonaba como un cántico de guerra. Las mujeres y los niños ayudaban arrastrando troncos y limpiando maleza. Poco a poco, la tierra fue siendo despejada, revelando un suelo fértil listo para ser habitado.
Pero no todo fue trabajo pacífico. Los cananeos, viendo su territorio amenazado, lanzaron ataques sorpresa. Sin embargo, cada vez que el enemigo se acercaba, los hombres de José se unían en oración, levantaban sus escudos y avanzaban con valentía. Hubo batallas sangrientas, pero la mano de Dios estaba con ellos, y ciudad tras ciudad cayó bajo su dominio.
### **Las Ciudades que Resistieron**
A pesar de sus esfuerzos, algunas fortalezas cananeas seguían en pie. En lugares como Meguido y Bet-seán, los carros de hierro y los altos muros parecían invencibles. Los líderes de Efraín y Manasés volvieron a Josué, esta vez con un rostro menos seguro.
*»No pudimos expulsar a los cananeos de esas ciudades,»* admitió uno de los jefes con voz cansada.
Josué, en lugar de reprenderlos, les recordó:
*»Dios os ha dado la tierra, pero también os ha dado fuerza. No os conforméis con menos de lo que Él ha prometido. Si no podéis expulsarlos ahora, sometedlos a servidumbre, pero no permitáis que su idolatría corrompa vuestros corazones.»*
Con esta instrucción, las tribus de José establecieron un plan: en lugar de huir de la dificultad, trabajarían hasta vencerla. Poco a poco, los cananeos fueron sometidos, aunque algunos permanecieron como siervos, recordándoles a Israel que la conquista total requería fe constante.
### **La Lección para las Generaciones**
Al final, Efraín y Manasés poseyeron una tierra rica y extensa, desde el Jordán hasta el Mediterráneo. Las llanuras fértiles, los bosques convertidos en campos de cultivo y las ciudades reconstruidas fueron testimonio de su esfuerzo y de la fidelidad de Dios.
Pero también quedó la lección: la herencia divina no se recibe sin lucha. La fe sin acción es muerta, y las promesas de Dios se cumplen cuando Su pueblo avanza con valor.
Así, las tribus de José aprendieron que la verdadera posesión de la tierra no era solo un derecho, sino un llamado a confiar, trabajar y nunca retroceder ante los gigantes.
Y así, generación tras generación, recordaron: *»El Señor es nuestra fuerza y nuestro escudo; en Él confiamos, y Él nos da la victoria.»*