Here’s a concise and engaging title for your Bible story in Spanish (within 100 characters): **El Llamado de Abram: Un Pacto de Fe y Promesa** (99 characters, no symbols or quotes, captures the core themes of divine calling, faith, and covenant.) Alternatives (shorter): – **Abram: Un Viaje de Fe y Obediencia** (85 characters) – **Dios Llama a Abram: Una Promesa Eterna** (89 characters) Let me know if you’d like any adjustments!
**La Llamada de Abram: Un Pacto Divino**
En la antigua ciudad de Ur de los caldeos, donde los ídolos de barro y piedra dominaban los altares y el corazón de los hombres, vivía un hombre llamado Abram. Era hijo de Taré, descendiente de Sem, y aunque su familia servía a dioses ajenos, en lo más profundo de su ser, Abram anhelaba algo más. Una noche, mientras contemplaba las estrellas desde las llanuras de Mesopotamia, escuchó una voz que resonó en su espíritu como el trueno en el desierto:
—*Abram, sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, y ve a la tierra que yo te mostraré.*
Era el Señor, el Dios verdadero, que hablaba con autoridad y promesa. Abram sintió un temblor sagrado recorrer su cuerpo. No era un simple sueño; era un llamado irrevocable. A la mañana siguiente, reunió a su esposa Sarai, su sobrino Lot, los siervos de su casa y todas sus posesiones. Con paso firme, abandonó Ur, dejando atrás la seguridad de lo conocido para adentrarse en lo desconocido, guiado solo por la fe en el Dios que le había hablado.
El viaje fue largo y agotador. Atravesaron desiertos abrasadores, donde el sol quemaba como fuego, y noches gélidas, donde el viento aullaba entre las dunas. Pero en cada paso, Abram recordaba la promesa que Dios le había hecho:
—*Haré de ti una nación grande, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.*
Estas palabras lo sostenían, incluso cuando la incertidumbre amenazaba con vencerlo.
Finalmente, llegaron a la tierra de Canaán, un territorio fértil habitado por pueblos poderosos. Allí, Dios se apareció nuevamente a Abram y le dijo:
—*A tu descendencia daré esta tierra.*
Abram, en señal de gratitud y adoración, edificó un altar al Señor en Siquem, bajo la encina de More. Cada piedra que colocaba era un acto de fe, una declaración de que aquella tierra, aunque aún no era suya, un día pertenecería a sus hijos.
Pero la prueba de su fe no terminó allí. Una hambruna severa azotó la región, obligando a Abram a descender a Egipto en busca de sustento. Temiendo por su vida, le pidió a Sarai que dijera que era su hermana, para que los egipcios, al ver su belleza, no lo mataran por ella. Efectivamente, cuando los príncipes de Faraón vieron a Sarai, la llevaron ante el rey, y Abram fue tratado con honores por causa de ella. Pero Dios, fiel a su siervo, envió grandes plagas sobre la casa de Faraón, revelando la verdad.
Faraón, indignado pero temeroso del Dios de Abram, lo reprendió:
—*¿Por qué no me declaraste que era tu esposa? ¿Por qué dijiste: «Es mi hermana», poniéndome en ocasión de tomarla por mujer?*
Abram no tuvo respuesta, pero comprendió que la protección de Dios no requería mentiras. Faraón lo dejó ir con todos sus bienes, y Abram regresó a Canaán, más humilde y consciente de la fidelidad divina.
De vuelta en la tierra prometida, Abram y Lot, ahora ricos en ganados, encontraron que la tierra no era suficiente para ambos. Para evitar conflictos, Abram, en un acto de generosidad, permitió que Lot escogiera primero. Lot, codiciando la llanura del Jordán, se estableció cerca de Sodoma, mientras Abram se quedó en Canaán.
Entonces, Dios renovó su promesa:
—*Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte, el sur, el este y el oeste, porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; si alguien puede contar el polvo, también tu descendencia podrá ser contada.*
Una vez más, Abram edificó un altar, esta vez en Hebrón, y adoró al Dios que lo guiaba, lo corregía y le prometía un futuro glorioso.
Así comenzó el viaje de Abram, un hombre común transformado por la fe en el padre de multitudes, cuyo nombre sería recordado por generaciones como el amigo de Dios. Su historia era solo el principio de un plan mayor, un pacto eterno que cambiaría el destino de la humanidad.