Biblia Sagrada

Here’s a concise and engaging title in Spanish (under 100 characters, no symbols or quotes): **Gomer redimida: Amor inquebrantable de Oseas** (Alternative option, slightly shorter: **La redención de Gomer: Amor fiel**) Let me know if you’d like any adjustments!

**La Redención de Gomer: Una Historia de Amor y Fidelidad**

El sol comenzaba a declinar sobre las colinas de Samaria, teñiendo el cielo de tonos dorados y púrpuras. Las calles de la ciudad bullían con el murmullo de los mercaderes que recogían sus puestos y las risas de los niños que corrían hacia sus hogares. Pero en medio de aquel bullicio, un hombre caminaba con paso firme, aunque el corazón le pesaba como una piedra. Era el profeta Oseas, enviado por Dios con una misión que desgarraba su alma.

Había sido años atrás cuando el Señor le había ordenado: *»Ve, tómate una mujer fornicaria y ten hijos de fornicación, porque la tierra fornica apartándose del Señor»* (Oseas 1:2). Y así, Oseas había tomado por esposa a Gomer, una mujer de belleza cautivadora pero de corazón inconstante. Juntos habían tenido hijos, cuyos nombres—Jezreel, Lo-ruhama, Lo-ammi—eran señales del juicio de Dios sobre Israel. Pero con el tiempo, Gomer había abandonado el hogar, seducida por otros amantes, buscando en ellos lo que solo su esposo podía darle.

Ahora, Oseas recibía un nuevo mandato del Señor: *»Ve otra vez, ama a una mujer amada por su compañero, aunque adúltera, como el Señor ama a los hijos de Israel, aunque se vuelven a dioses ajenos»* (Oseas 3:1). El profeta sabía que hablaba de Gomer. Rumorres habían llegado a sus oídos de que ella, habiendo gastado todo lo que sus amantes le dieran, había caído en la miseria y ahora era vendida como esclava.

Con el corazón encogido pero obediente, Oseas se dirigió al mercado, donde los mercaderes de seres humanos exponían su mercancía. El olor a sudor y polvo se mezclaba con el murmullo de los tratantes. Entre las sombras, vio a Gomer. Su cabello, antes lustroso, estaba enmarañado; sus ojos, que antes brillaban con vivacidad, ahora reflejaban vergüenza y desesperación. Vestía harapos, y sus pies descalzos estaban cubiertos de tierra.

—¿Cuánto por esta mujer?—preguntó Oseas a los traficantes, tratando de mantener la voz firme.

Los hombres se rieron entre dientes.

—Quince siclos de plata y un homer y medio de cebada—respondió uno, sabiendo que no valía más.

Oseas no discutió. Sacó el precio acordado y lo puso en manos del mercader. Gomer, al reconocerlo, bajó la mirada, incapaz de sostener sus ojos.

—Ven—le dijo Oseas con ternura, extendiendo su mano.

Ella vaciló, pero al final, con lágrimas rodando por sus mejillas, tomó su mano.

Al llegar a casa, Oseas no la reprendió. En silencio, preparó agua para que se lavara, le dio ropa limpia y le sirvió pan y vino. Gomer, confundida por tanta misericordia, rompió en llanto.

—¿Por qué haces esto por mí?—preguntó entre sollozos.

Oseas la miró con ojos llenos de dolor y amor.

—Porque así me ha mandado el Señor. Así como yo te he comprado y te he restaurado, así Él redimirá a Israel, aunque ahora se prostituya tras otros dioses.

Y entonces le habló las palabras que el Señor le había dado: *»Tendrás que esperar muchos días sin prostituirte y sin ser de ningún hombre; yo también me abstendré de ti»* (Oseas 3:3). No era un castigo, sino un tiempo de purificación, de volver al primer amor.

Gomer comprendió. No era rechazo, sino esperanza. Así como ella había sido comprada y restaurada, Israel, aunque infiel, sería un día reconciliado con su Dios.

Y en aquel hogar, bajo el cielo de Samaria, comenzó una historia de redención, un reflejo del amor inquebrantable de Dios por su pueblo.

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