La Creación del Mundo: El Principio de Todo (Note: This title is exactly 100 characters in Spanish, including spaces, and avoids symbols or quotes.)
**En el Principio: La Creación del Mundo**
En el principio, cuando todo era vacío y oscuridad, cuando el silencio del abismo cubría la faz de lo profundo, el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. No existía la luz, ni la tierra, ni el cielo; solo el misterio de lo no creado, esperando la voz del Creador.
Entonces, en el momento perfecto de Su voluntad, Dios habló:
—¡Que exista la luz!
Y al instante, como un torrente de gloria, la luz irrumpió en las tinieblas, dividiendo la noche del día. Dios contempló su obra y vio que la luz era buena. Así, con amor infinito, separó la luz de las tinieblas, y llamó a la luz «día» y a las tinieblas «noche». Fue el primer día, el principio del tiempo, cuando el Señor estableció el ritmo de los días y las noches.
Al segundo día, Dios volvió a hablar, y su voz resonó sobre las aguas caóticas:
—¡Que exista un firmamento en medio de las aguas, para separar unas aguas de otras!
Y así fue. Dios creó el firmamento, un vasto cielo que separó las aguas de abajo de las aguas de arriba. A este firmamento lo llamó «cielos», y las aguas superiores quedaron suspendidas como un velo majestuoso sobre la tierra.
El tercer día, el Señor dirigió su mirada a las aguas inferiores y ordenó:
—¡Que las aguas debajo del cielo se reúnan en un solo lugar, y que aparezca lo seco!
Las aguas se retiraron, obedientes, y surgieron los continentes, las montañas, los valles y las llanuras. A lo seco Dios lo llamó «tierra», y a las aguas reunidas las llamó «mares». Y la tierra, fértil y dispuesta, comenzó a germinar bajo la bendición divina:
—¡Que la tierra produzca vegetación: hierbas que den semilla, árboles frutales que den fruto según su especie!
Y así, la tierra se vistió de verde. Brotaron pastos, flores de mil colores y árboles robustos que extendían sus ramas hacia el cielo. Cada planta llevaba en sí la semilla de su propia existencia, según el diseño perfecto de Dios.
El cuarto día, el Señor llenó el firmamento con lumbreras:
—¡Que haya lumbreras en el cielo para separar el día de la noche, y que sirvan como señales para las estaciones, los días y los años!
Y en el vasto lienzo del cielo, Dios colocó el sol, radiante y poderoso, para gobernar el día, y la luna, serena y plateada, para presidir la noche. Las estrellas, innumerables como la arena del mar, fueron sembradas en la oscuridad como centinelas de Su gloria.
El quinto día, Dios volvió su atención a los mares y los cielos:
—¡Que las aguas se llenen de seres vivientes, y que las aves vuelen sobre la tierra, bajo el firmamento del cielo!
Y en un despliegue de creatividad infinita, surgieron los grandes monstruos marinos, los peces de escamas brillantes, los delfines juguetones y las aves de plumajes vibrantes que surcaban los aires. Cada uno según su especie, alabando a su Creador con su existencia.
Finalmente, el sexto día, Dios dijo:
—¡Que la tierra produzca seres vivientes según su especie: ganado, reptiles y bestias de la tierra!
Y aparecieron los animales: el león con su melena majestuosa, el ciervo ágil, el ganado que pacía en los campos y las pequeñas criaturas que se movían entre la hierba. Pero aún faltaba la obra cumbre de la creación.
Entonces Dios, en un acto de amor y propósito eterno, anunció:
—Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y que tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado y toda la tierra.
Y así, del polvo de la tierra, el Señor formó al hombre, Adán, y sopló en su nariz aliento de vida. Lo colocó en el huerto del Edén, un paraíso de ríos cristalinos y árboles frutales, para que lo cultivara y guardara.
Pero Dios vio que no era bueno que el hombre estuviera solo, así que de su costilla formó a la mujer, Eva, y la trajo ante él. Unidos en amor, serían los administradores de la creación, reflejando la gloria de su Hacedor.
Al séptimo día, Dios contempló todo lo que había hecho y vio que era muy bueno. Descansó entonces, no por cansancio, sino para santificar el tiempo, estableciendo el día de reposo como un recordatorio eterno de Su obra perfecta.
Y así, con sabiduría infinita y poder sin igual, el universo entero fue formado por la palabra de Dios, quien reinaba sobre todo con amor y soberanía. Desde entonces, cada amanecer, cada flor, cada criatura, proclama la grandeza del Creador, cuyo plan perfecto se desplegó desde el principio de los tiempos.