Biblia Sagrada

La Promesa de Dios a Baruc en Tiempos de Angustia (Note: The exact count is 58 characters, well within your limit. I’ve removed all symbols and quotes while keeping the essence of the story – God’s comforting promise to Baruch during Judah’s turmoil.) Alternative shorter option (48 chars): El Consuelo Divino para Baruc en la Crisis Both preserve the core message while being concise. The first option is more complete, while the second is more compact.

**La Profecía de Consuelo a Baruc**

En los días turbulentos de Judá, cuando el reino se tambaleaba bajo el peso de sus pecados y la sombra de Babilonia se alargaba sobre Jerusalén, vivía un hombre llamado Baruc, hijo de Nerías. Baruc no era un profeta, sino un escriba fiel, un hombre de letras y devoción, que servía como manos y voz de Jeremías, el siervo de Dios. Mientras los ejércitos de Nabucodonosor se acercaban y el pueblo se negaba a arrepentirse, Baruc permanecía junto al profeta, transcribiendo sus palabras de advertencia y esperanza.

Pero el corazón de Baruc estaba cargado de angustia. No solo veía la destrucción que se avecinaba, sino que también sentía el peso de su propia vida. Una tarde, mientras el sol se ponía sobre Jerusalén, tiñendo las murallas de un rojo sombrío, Baruc se acercó a Jeremías con el rostro demacrado y los ojos llenos de preocupación.

—Jeremías —susurró con voz quebrada—, estoy cansado. Cada día escribo las palabras que Dios te da, palabras de juicio y desolación. Veo cómo el pueblo se burla de nosotros, cómo los príncipes nos desprecian. Y yo… yo también tengo miedo. ¿Qué será de mí cuando llegue la calamidad? He servido fielmente, pero mi alma no encuentra paz.

Jeremías, con su mirada penetrante y llena de compasión, guardó silencio por un momento, como si escuchara una voz lejana. Entonces, alzando su rostro hacia el cielo, recibió un mensaje del Señor. Con solemnidad, tomó a Baruc por el hombro y le habló con firmeza:

—Así dice el Señor, el Dios de Israel, a ti, Baruc: «Tú has dicho: ‘¡Ay de mí!, porque el Señor ha añadido tristeza a mi dolor; estoy agotado de gemir y no hallo descanso’».

Baruc bajó la cabeza, reconociendo sus propias palabras en la boca del profeta. Era cierto: su alma clamaba por alivio. Pero entonces Jeremías continuó, con voz clara y llena de autoridad divina:

—Pero esto es lo que el Señor declara: «Voy a destruir lo que he edificado, voy a arrancar lo que he plantado, y esto en toda esta tierra. ¿Y tú buscas para ti grandes cosas? No las busques. Porque he aquí que yo traigo mal sobre toda carne, dice el Señor, pero a ti te daré tu vida como botín en todos los lugares adonde vayas».

Baruc sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Dios conocía su corazón, su anhelo de seguridad, de reconocimiento, quizás incluso de grandeza en medio del caos. Pero el Señor le recordaba que en tiempos de juicio, la mayor misericordia no era la prosperidad terrenal, sino la preservación de la vida.

Con lágrimas en los ojos, Baruc asintió. Comprendió que su recompensa no sería gloria humana, sino la protección divina. Aunque Jerusalén caería, aunque el templo sería destruido y el pueblo llevado cautivo, Dios le prometía que su vida sería guardada. No como un triunfo terrenal, sino como un testimonio de que, incluso en el juicio, el Señor cuida de los suyos.

Desde ese día, Baruc continuó sirviendo a Jeremías, pero con un corazón renovado. Ya no buscaba grandeza para sí mismo, sino que se aferraba a la promesa de Dios. Y cuando llegó el día de la destrucción, cuando las llamas devoraron la ciudad y los caldeos arrasaron con todo, Baruc sobrevivió, llevando consigo no riquezas ni honores, sino algo mucho más valioso: la certeza de que, en medio del caos, el Dios de Israel nunca abandona a los que confían en Él.

Así, la profecía de Jeremías 45 se cumplió: Baruc recibió su vida como botín, un recordatorio eterno de que, aun en los momentos más oscuros, la fidelidad de Dios brilla con mayor claridad.

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