Biblia Sagrada

El Cinturón de Lino: Lección de Obediencia y Juicio (99 characters)

**El Cinturón de Lino: Una Lección de Obediencia**

En los días del rey Joacim, hijo de Josías, reinaba en Judá, el Señor habló a Jeremías con una palabra poderosa y llena de simbolismo. Una mañana, mientras el profeta meditaba en el silencio de su habitación, la voz de Dios resonó en su corazón con claridad:

—*Jeremías, ve y cómprate un cinturón de lino, pero no lo sumerjas en agua.*

El profeta no dudó. Salió al mercado de Jerusalén, donde los mercaderes ofrecían sus telas finas. Entre los puestos, encontró un cinturón tejido con esmero, de lino puro, suave al tacto y resistente. Lo compró y lo ciñó alrededor de su cintura, tal como el Señor le había ordenado. Durante días, lo llevó consigo, sintiendo su firmeza contra su cuerpo, recordando la instrucción divina.

Pero el Señor volvió a hablarle:

—*Toma el cinturón que compraste y que llevas puesto, y ve al Éufrates. Allí, escóndelo en la grieta de una roca.*

Jeremías no cuestionó el mandato, aunque el viaje era largo y peligroso. Caminó durante días, cruzando tierras áridas y valles solitarios, hasta llegar a las orillas del gran río Éufrates. Con manos temblorosas, pero obedientes, desató el cinturón y lo escondió en una hendidura entre las rocas, cubriéndolo bien para que nadie lo encontrara. Luego, emprendió el regreso a Jerusalén, preguntándose en su corazón el significado de aquel acto.

**El Cinturón Arruinado**

Pasaron muchos días, meses incluso, hasta que la voz del Señor resonó de nuevo:

—*Ve ahora al Éufrates y recupera el cinturón que te mandé esconder allí.*

Jeremías emprendió una vez más el largo viaje. El sol quemaba su piel, el polvo del camino se adhería a sus sandalias, pero su determinación no flaqueaba. Al llegar al río, buscó con ansiedad el lugar donde había escondido el cinturón. Cuando por fin lo encontró y lo desenterró, su corazón se estremeció.

El lino, antes blanco y resistente, ahora estaba podrido, deshecho por la humedad y los insectos. El cinturón ya no servía para nada; su belleza se había convertido en putrefacción. Jeremías lo sostuvo con tristeza, sintiendo el peso de la lección que Dios le estaba enseñando.

**La Palabra del Señor a Judá**

De vuelta en Jerusalén, el Señor le dio a Jeremías un mensaje para el pueblo:

—*Así dice el Señor: «De la misma manera que este cinturón se ha arruinado, así arruinaré el orgullo de Judá y de Jerusalén. Este pueblo malvado, que se niega a escuchar mis palabras, que sigue la terquedad de su corazón y se prostituye tras dioses ajenos, se volverá tan inútil como este cinturón podrido. Porque así como el cinturón se ciñe a la cintura de un hombre, así yo me uní a ellos para que fueran mi pueblo, mi gloria y mi alabanza. Pero no me escucharon.»*

Las palabras de Jeremías resonaron en las calles de Jerusalén, pero muchos se burlaron, endureciendo aún más sus corazones. Los sacerdotes y los falsos profetas lo acusaron de hablar con pesimismo, mientras que los príncipes confiaban en sus alianzas con Egipto, creyendo que su fuerza estaba en los ejércitos y no en el Dios que los había sacado de Egipto.

**La Advertencia Final**

El profeta, con lágrimas en los ojos, continuó anunciando el juicio divino:

—*Escuchen, oh rey y pueblo de Judá, el Señor dice: «Si no se humillan y dejan su maldad, los entregaré en manos de sus enemigos. Serán llevados cautivos, lejos de esta tierra, como el cinturón fue llevado al Éufrates. Entonces sabrán que yo soy el Señor, y que sin mí, no son nada.»*

Pero el pueblo no quiso escuchar. Y así, como el cinturón de lino se corrompió, también el reino de Judá sería llevado al exilio, arruinado por su desobediencia.

Sin embargo, en medio del juicio, la misericordia de Dios brilló una vez más, pues prometió que, después del castigo, restauraría a su pueblo. Pero primero, debían aprender que sin Él, solo había podredumbre y desesperación.

Y Jeremías, el profeta fiel, siguió anunciando la palabra del Señor, aunque pocos quisieran oírla.

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