Here are a few title options within the 100-character limit: 1. **El Banquete del Rey y la Lección de Sabiduría** 2. **Nabal en la Mesa del Rey: Necedad vs Sabiduría** 3. **La Sabiduría y el Necio en el Banquete Real** 4. **El Banquete de Ezequías: Una Lección del Corazón** 5. **Lo que el Rey Vio: Sabiduría en la Mesa** Let me know if you’d like any refinements!
**La Sabiduría en la Mesa del Rey**
En los días del rey Ezequías, cuando la sabiduría aún era honrada en Judá, había un hombre llamado Nabal, cuyo nombre significaba «necio», aunque él no lo sabía. Era rico, dueño de vastos rebaños y viñedos, pero su corazón estaba endurecido como la piedra del desierto. Un día, el rey convocó a un banquete en Jerusalén, invitando a los nobles y sabios de la tierra. Entre ellos estaba Nabal, cuya riqueza le había ganado un asiento en la mesa, aunque su entendimiento fuera escaso.
El salón del palacio brillaba con lámparas de aceite, cuyas llamas reflejaban el oro de los vasos y los manteles teñidos de púrpura. Los manjares abundaban: panes de trigo recién horneados, uvas de Hebrón, peces del Jordán, y vino añejo que alegraba el corazón. Los invitados se reclinaban en divanes, disfrutando de la generosidad del rey. Pero Nabal, embriagado por el lujo, comenzó a devorar la comida con avaricia, sin dar gracias ni considerar a los demás.
A su lado estaba sentado un anciano llamado Eliú, conocido por su discernimiento. Observando la conducta de Nabal, recordó las palabras del proverbio: *»Cuando te sientes a comer con un gobernante, considera bien lo que está delante de ti, y pon cuchillo a tu garganta si tienes gran apetito.»* (Proverbios 23:1-2). Con voz serena, Eliú le dijo:
—Amigo, ¿no ves que este banquete no es solo para llenar el vientre, sino para honrar al rey y compartir con los demás?
Nabal, con la boca llena, respondió con desdén:
—¿Qué importa? El rey tiene abundancia. Yo he trabajado duro para disfrutar de lo que me ofrecen.
Eliú suspiró, recordando otro proverbio: *»No codicies sus manjares exquisitos, porque es pan engañoso.»* (Proverbios 23:3). Sabía que la avaricia de Nabal lo cegaba, como a los necios que amasan riquezas sin entender su propósito.
Mientras tanto, en otro extremo de la mesa, una mujer llamada Abigail, conocida por su prudencia, compartía su porción con un joven pobre que servía a los comensales. Su acción no pasó desapercibida. El rey Ezequías, al verla, sonrió, recordando: *»No trabajes por la comida que perece, sino por la que permanece para vida eterna.»* (Juan 6:27, aunque este pasaje aún no se había escrito, la verdad era eterna).
Al final del banquete, Nabal salió tambaleándose, satisfecho en su carne pero vacío en su alma. Al cruzar el umbral, tropezó y cayó, manchando sus costosas vestiduras. Los sirvientes corrieron a ayudarlo, pero él los maldijo. Eliú, al verlo, murmuró: *»Como el necio que arroja su suerte, así es el hombre que se apresura a enriquecerse y no ve la pobreza que le sobrevendrá.»* (Proverbios 23:4-5).
Días después, Nabal enfermó. Sus riquezas no pudieron comprarle salud, y en su lecho de muerte, clamó por sabiduría, pero era tarde. Abigail, en cambio, fue bendecida por su generosidad y vivió para ver a sus hijos andar en la verdad.
Y así, la palabra de los sabios se cumplió una vez más: *»Compra la verdad y no la vendas; consigue sabiduría, disciplina e inteligencia.»* (Proverbios 23:23). Porque el verdadero banquete no está en lo que se come, sino en el corazón que discierne y agradece.