Biblia Sagrada

La Elección de los Siete Siervos (Note: 29 characters, well within the 100-character limit, and symbols/asterisks removed as requested.)

**La Elección de los Siete**

El sol de Jerusalén caía con fuerza sobre las estrechas calles de piedra, donde el bullicio de la ciudad se mezclaba con el murmullo de las oraciones. La iglesia primitiva, llena del Espíritu Santo, crecía día a día. Los creyentes compartían todo lo que tenían, y no había entre ellos ningún necesitado. Sin embargo, en medio de esta armonía, surgió un murmullo que amenazaba con enturbiar la paz de la comunidad.

Eran los helenistas, judíos de habla griega que habían venido de la dispersión, quienes se quejaban contra los hebreos, judíos nativos de Jerusalén. Decían que sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria de los alimentos, mientras que las viudas de los hebreos recibían un trato preferente. El malestar crecía, y pronto llegó a oídos de los apóstoles.

Pedro, con su barba canosa y su mirada llena de sabiduría, reunió a los doce. «Hermanos,» dijo con voz firme, «no es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir las mesas. Por tanto, hermanos, busquen entre ustedes a siete hombres de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea.»

Los apóstoles asintieron. No podían abandonar la predicación del evangelio, pero tampoco podían permitir que la injusticia persistiera. Así que convocaron a toda la comunidad de creyentes. En el atrio del templo, bajo las columnas de mármol blanco, se reunieron cientos de rostros expectantes.

Esteban, un hombre de rostro sereno y ojos llenos de fe, se encontraba entre la multitud. Era un helenista, pero su devoción a Cristo era inquebrantable. Junto a él estaban Felipe, un hombre elocuente y lleno de fervor; Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Todos ellos eran respetados por su integridad y su entrega al Señor.

La asamblea, guiada por el Espíritu, los eligió unánimemente. Con manos levantadas, los presentaron ante los apóstoles, quienes, después de orar, les impusieron las manos. Un silencio solemne llenó el lugar mientras el Espíritu Santo confirmaba su elección. Esteban, en particular, brillaba con una gracia singular, como si el mismo cielo hubiera puesto sus ojos sobre él.

Desde ese día, los siete se encargaron de la distribución con equidad y amor. Las quejas cesaron, y la palabra de Dios se extendía aún más. Pero no solo servían a las mesas; Esteban, lleno de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Su sabiduría era tal que nadie podía resistir sus palabras cuando hablaba de Cristo.

Sin embargo, no todos recibían su mensaje con alegría. En las sinagogas de los libertos, algunos comenzaron a discutir con él, pero no podían refutar la verdad que proclamaba. El rostro de Esteban resplandecía como el de un ángel cuando defendía la fe, y esto enfurecía a sus enemigos.

Pronto, las sombras de la persecución comenzaron a extenderse. Pero la iglesia, fortalecida por el Espíritu y unida en amor, seguía adelante. La elección de los siete no solo había resuelto un problema práctico, sino que había dado a la iglesia hombres que llevarían el evangelio más allá de Jerusalén.

Y así, en medio de la adversidad, la obra de Dios avanzaba, imparable.

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