Biblia Sagrada

El Humilde y el Altivo: Historia de Obed y Nabal

**El Hombre Humilde y el Altivo: Una Historia Basada en Isaías 57**

En los días en que el reino de Judá se tambaleaba entre la fidelidad y la idolatría, cuando los corazones de muchos se habían endurecido contra el Señor, hubo un hombre llamado Obed, cuyo nombre significaba «siervo». Vivía en una aldea cercana a Jerusalén, en las colinas donde los olivos se mecían con el viento y el aroma de la tierra húmeda se mezclaba con el incienso de los sacrificios matutinos.

Obed no era un hombre de riquezas ni de alta posición. Sus manos estaban callosas por el trabajo en el campo, y su rostro, curtido por el sol, reflejaba una paz que muchos no comprendían. Cada mañana, antes de que el alba pintara el cielo de dorado, se postraba frente a una pequeña piedra plana que servía de altar en su humilde hogar. Allí, con voz temblorosa pero llena de fe, clamaba: *»Señor, mi corazón es tuyo. No me apartaré de tus caminos.»*

No lejos de allí, en una casa de muros blancos y techos adornados con ricos tapices, vivía un hombre llamado Nabal, cuyo nombre, como el del personaje bíblico, significaba «necio». Era un comerciante próspero, conocido por sus banquetes y su astucia en los negocios. Pero su corazón estaba lejos de Dios. En lugar de inclinarse ante el Señor, se jactaba de sus logros y, en secreto, participaba en los ritos paganos que se celebraban en los valles ocultos, donde se ofrecían sacrificios a dioses extraños.

Una noche, mientras Obed oraba en silencio bajo las estrellas, escuchó un gemido que venía del camino. Al acercarse, encontró a un anciano tirado en el polvo, herido y hambriento. Sin dudarlo, lo cargó sobre sus hombros y lo llevó a su casa. Le lavó las heridas, le dio de su propio pan y lo cubrió con su manto. El anciano, con lágrimas en los ojos, murmuró: *»Dios te bendiga, hijo mío.»*

Mientras tanto, Nabal celebraba una fiesta en su casa. Los invitados bebían vino en exceso y reían sin medida. En un momento de la noche, uno de sus sirvientes, un joven llamado Eliab, se acercó con temor. *»Señor, hay un pobre a las puertas pidiendo pan. ¿Le daremos algo?»* Nabal soltó una carcajada. *»¿Para qué? Que trabaje si quiere comer. No es mi problema.»* Y volvió a su jarra de vino, ignorando el dolor ajeno.

Pasaron los días, y una gran sequía cayó sobre la tierra. Los cultivos de Obed se marchitaron, pero él no maldijo a Dios. En cambio, compartió lo poco que tenía con los necesitados. Nabal, por su parte, acumuló su grano en grandes almacenes y subió los precios, aprovechándose del sufrimiento de su pueblo.

Entonces, una voz resonó en el silencio de la noche, no como un trueno, sino como un susurro que traspasaba el alma:

*»El justo perece, y no hay quien piense en ello; los hombres piadosos son arrebatados, sin que nadie comprenda que ante el mal es quitado el justo. Entrará en la paz; descansarán en sus lechos los que andan en rectitud.»*

Obed, aunque afligido por la escasez, encontró consuelo en esas palabras. Sabía que su confianza en Dios no era en vano. Pero para Nabal, esas mismas palabras eran como una sombra que se cernía sobre él. Una mañana, despertó con un dolor agudo en el pecho. Sus riquezas no pudieron comprarle alivio. Los médicos vinieron, los amuletos colgaron de su cama, pero nada lo sanó. En su lecho de muerte, sus ojos se abrieron con terror, como si viera algo que los demás no podían ver. *»¡Apartaos de mí! ¡No me toquéis!»* gritaba, pero no había nadie allí.

Y así, el necio murió en su angustia, mientras que Obed, aunque pobre en bienes materiales, fue sostenido por la mano del Señor.

**Moraleja:**
*»Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es Santo: Yo habito en la altura y la santidad, pero también con el quebrantado y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados.»* (Isaías 57:15)

La historia de Obed y Nabal nos recuerda que Dios no mira las riquezas ni la posición, sino el corazón. El orgulloso será quebrantado, pero el humilde encontrará gracia ante Sus ojos.

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