Biblia Sagrada

Here’s a concise and creative title for your Bible story in Spanish (under 100 characters, without symbols or quotes): **El Amor Eterno en el Cantar de los Cantares** Alternatively, if you prefer a more poetic touch: **Sulamita y Salomón: Un Canto de Amor Divino** Both options stay within the limit and capture the essence of the story. Let me know if you’d like any adjustments!

**El Cantar de los Cantares: Un Amor que Trasciende**

El sol comenzaba a ascender sobre las colinas de Jerusalén, bañando los viñedos con una luz dorada que hacía brillar las hojas como esmeraldas bajo el cielo. La brisa llevaba consigo el aroma de las flores de granado y el dulce perfume de los nardos, mezclándose en el aire como una ofrenda al Creador. En medio de aquella belleza, una voz suave pero llena de anhelo se elevó desde el jardín real.

Era Sulamita, una joven de tez morena, bronceada por el sol, pues había trabajado junto a sus hermanos en los viñedos de su familia. Aunque su piel no era pálida como la de las doncellas que se resguardaban en palacios, su belleza era incomparable, como la de las tiendas de Cedar, tejidas con finas pieles oscuras, o como los cortinajes del mismísimo rey Salomón.

Con el corazón palpitante, Sulamita suspiró y murmuró:

—**»¡Bésame con los besos de tu boca! Porque mejores son tus amores que el vino.»**

Sus palabras no eran meramente terrenales; reflejaban un anhelo más profundo, el deseo de un amor puro, entregado, que reflejara el amor divino entre Dios y su pueblo. Sabía que su amado, el rey Salomón, no solo era un hombre sabio, sino un hombre cuyo corazón buscaba la sabiduría del Altísimo.

Al oír su voz, Salomón, vestido con finos lienzos y adornado con aromas de mirra y incienso, se acercó. Sus ojos brillaban con admiración al contemplar a Sulamita, quien, aunque humilde, poseía una gracia que superaba a la de las hijas de Jerusalén.

—**»He aquí, tú eres hermosa, amiga mía; he aquí, tú eres bella; tus ojos son como palomas,»** —respondió él, comparando su mirada pura e inocente con las aves que simbolizaban la paz y el Espíritu de Dios.

Las doncellas que acompañaban a Sulamita, sus compañeras, asintieron y añadieron:

—**»Nosotras nos alegraremos y nos gozaremos en ti, nos acordaremos de tus amores más que del vino.»**

Sulamita, aunque halagada, mantenía su humildad. Sabía que su verdadero valor no provenía de halagos humanos, sino del amor que Dios había puesto en su corazón.

—**»No reparéis en que soy morena, porque el sol me miró. Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas, y mi viña, que era mía, no guardé.»**

En sus palabras había una tristeza pasada, una historia de rechazo familiar, pero también una confianza renovada en el amor de su amado. Salomón, comprendiendo su dolor, le aseguró:

—**»Si tú no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres, ve, sigue las huellas del rebaño, y apacienta tus cabritas junto a las tiendas de los pastores.»**

Era una invitación a permanecer cerca de él, bajo su protección y cuidado, como el Buen Pastor cuida de sus ovejas.

El diálogo entre ambos continuó, lleno de metáforas y simbolismos que trascendían el amor humano para apuntar hacia el amor divino. Sulamita comparó a su amado con un racimo de flores de alheña en los viñedos de En-gadi, un oasis de vida en medio del desierto. Salomón, a su vez, la elogió como una yegua adornada con los arreos de los carros de Faraón, símbolo de elegancia y distinción.

Mientras el día avanzaba, los perfumes del jardín real se intensificaban, y el amor entre ambos crecía, no como una pasión efímera, sino como un pacto sagrado, reflejo del amor inquebrantable entre Cristo y su Iglesia.

Y así, bajo el cielo de Judea, entre cantos de aves y susurros de la brisa, el primer capítulo de este canto de amor quedó grabado no solo en pergaminos, sino en los corazones de aquellos que, a través de los siglos, buscarían entender el misterio de un amor que viene de lo alto.

**»Por fuerte como la muerte es el amor; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama.» (Cantar de los Cantares 8:6)**

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