El Canto de Liberación: Un Salmo Vivido en Tiempos de Ezequías (Total: 62 characters) **Nota:** Si necesitas que sea aún más corto (aunque el original ya cumple con los 100 caracteres), aquí hay una versión más condensada: El Salmo Vivido: Liberación en Tiempos de Ezequías (Total: 50 characters) Ambas opciones capturan la esencia de la historia sin símbolos o citas.
**El Canto de Liberación: Un Salmo Vivido**
En los días del rey Ezequías, cuando Judá temblaba bajo la amenaza de los ejércitos asirios, hubo un hombre llamado Elidad, un levita de voz profunda y corazón ardiente, que servía en el templo de Jerusalén. Aunque la ciudad estaba sitiada y el pueblo murmuraba de desesperación, Elidad recordaba las palabras del Salmo que ahora resonaba en su alma: *»¡Aclamen a Dios, toda la tierra!»* (Salmo 66:1).
Una noche, mientras las antorchas parpadeaban en los muros de la ciudad y el eco de los carros de guerra asirios retumbaba en el valle, Elidad se postró ante el altar. Con lágrimas que surcaban su rostro, clamó: *»Dios mío, Tú que probaste a nuestros padres como el oro en el crisol, ¡no apartes Tu rostro de nosotros!»* (Salmo 66:10).
### **La Prueba del Fuego**
Días antes, los mensajeros de Senaquerib habían arrojado sus amenazas sobre los muros, blasfemando contra el Dios de Israel. El rey Ezequías, con el manto rasgado en señal de duelo, había extendido ante el Señor las cartas de burla. Elidad, al ver esto, reunió a los cantores del templo.
—Hermanos —dijo con firmeza—, el Salmo declara: *»Nos pusiste una red en la espalda; nos hiciste pasar por el fuego y el agua, pero nos sacaste a un lugar de abundancia»* (Salmo 66:11-12). ¡No callaremos nuestra alabanza!
Y así, mientras los soldados asirios se burlaban y el pueblo temblaba, los levitas entonaron el canto de liberación. Sus voces se elevaron como columnas de humo fragante, perforando la oscuridad de la noche.
### **El Milagro de la Victoria**
Al amanecer, un grito sacudió Jerusalén. Los vigías, con ojos desorbitados, anunciaron que el campamento asirio yacía en silencio. Cuando los valientes de Judá salieron a investigar, encontraron miles de cadáveres. El ángel del Señor había pasado como un viento abrasador, cumpliendo la promesa: *»Venid y ved las obras de Dios, temible en hechos sobre los hijos de los hombres»* (Salmo 66:5).
Elidad cayó de rodillas en el atrio del templo, mientras el pueblo, ahora libre, traía ofrendas de gratitud. Con manos temblorosas, levantó un carnero como holocausto y declaró: *»Ofreceré a Ti sacrificios con incienso, cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios en la angustia»* (Salmo 66:13-15).
### **El Testimonio de los Redimidos**
En los años siguientes, peregrinos de todas las tribus llegaban a Jerusalén para escuchar la historia. Elidad, ahora anciano, narraba con pasión cómo Dios había respondido al clamor de Su pueblo.
—No callen Sus obras —exhortaba—, porque Él no apartó Su misericordia. *»Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración ni apartó de mí Su amor»* (Salmo 66:20).
Y así, el Salmo 66 se convirtió en un canto eterno, un recordatorio de que, aunque el fuego de la prueba arda, Dios conduce a Su pueblo a la libertad. Porque Él, en Su majestad, gobierna las naciones y escucha el gemido de los que Le buscan con corazón sincero.
**Fin.**