Alabad a Jehová. Alaba, oh mi alma, a Jehová.
Mientras viva alabaré a Jehová: Cantaré alabanzas a mi Dios mientras tenga vida.
No pongas tu confianza en los príncipes, Ni en el hijo del hombre, en quien no hay ayuda.
Su aliento se va, él regresa a su tierra; En ese mismo día sus pensamientos perecen.
Feliz es aquel que tiene al Dios de Jacob como su ayuda, Aquel cuya esperanza está en Jehová su Dios:
Quien hizo el cielo y la tierra, El mar, y todo lo que en ellos hay; Quien mantiene la verdad por siempre;
Quien ejecuta justicia para los oprimidos; Quien da comida a los hambrientos. Jehová libera a los prisioneros;
Jehová abre los ojos de los ciegos; Jehová eleva a los que están agobiados; Jehová ama a los justos;
Jehová preserva a los forasteros; Sostiene al huérfano y a la viuda; Pero el camino de los malvados lo pone al revés.
Jehová reinará por siempre, Tu Dios, oh Sión, por todas las generaciones. Alabad a Jehová.
Longevo era Samuel, un campesino humilde de la tierra de Zion. Aunque pobre, llevaba una vida plena, llena de fe y esperanza en Jehová, su constante salvación. Mientras trabajaba en sus tierras, cantaba incesantemente alabanzas a Dios, aunque apoteósicamente difíciles fueran sus días.
Un día, llegó al pueblo un príncipe extranjero, prometiendo riquezas a aquellos que le siguieran. Muchos en el pueblo quedaron deslumbrados por sus palabras y decidieron seguirle. Sin embargo, Samuel, recordando las palabras de la Escritura, decidió no poner su fe en el príncipe.
Como predijo la Escritura, el príncipe y sus seguidores perecieron antes de que pudieran regresar a su tierra. Las promesas de riquezas que había hecho se volvieron vanas, sus pensamientos y ambiciones murieron con él, y los que confiaron en él quedaron desamparados.
Samuel, al ver la desolación de su pueblo, clamó a Jehová, y Dios escuchó sus plegarias. Bendijo a Samuel con abundancia en sus cultivos e hizo justicia a los oprimidos, haciendo que los hambrientos se llenaran de alimento.
En su sabiduría y misericordia, Jehová también dio auxilio a aquellos que habían seguido al príncipe, les dio vista a los ciegos que no habían podido ver su verdadera naturaleza, y levantó a los que estaban abatidos.
Aquellos que habían perdido todo -huérfanos y viudas- fueron amparados por Jehová, y finalmente vieron que el camino del mal habían escogido al seguir al príncipe se había vuelto contra ellos. Consolados en su pena, prometieron no desviar nuevamente su fe.
De esta manera, se estableció la gloria de Jehová en Sión. Siglo tras siglo, las futuras generaciones recordarían la historia de la fe inmutable de Samuel y la misericordia de Jehová, continuando la tradición de alabar a Dios. Jehová, el Dios de Sión, reinó y reinará por siempre, proporcionando un faro de esperanza para todas las generaciones.
Y así concluimos: Alabad a Jehová.