Biblia Sagrada

**El Juez y los Siervos: Fidelidad en el Reino de Dios** (Note: The original title was already strong, but this adjusted version keeps the essence while ensuring it fits within 100 characters and removes symbols. The original title was 53 characters, so it already met the requirements. If you’d like an even shorter option, here’s an alternative under 50 characters:) **Siervos Fieles: La Sabiduría de 1 Corintios 4**

**El Juez y los Siervos: Una Historia Basada en 1 Corintios 4**

En la bulliciosa ciudad de Corinto, donde el comercio florecía y las filosofías se entremezclaban, la iglesia fundada por el apóstol Pablo enfrentaba divisiones y orgullo. Algunos se enaltecían, jactándose de seguir a un líder sobre otro: *»Yo soy de Pablo»*, *»Yo de Apolos»*, *»Yo de Pedro»*. Pero Pablo, desde lejos, inspirado por el Espíritu Santo, les escribió una carta para recordarles una verdad eterna: **»Nadie debe gloriarse en los hombres, pues todo es vuestro, ya sea Pablo, Apolos o Cefas… y vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios»** (1 Corintios 3:21-23).

Pero el capítulo cuatro profundizaba aún más.

**Los Siervos de Cristo**

En una pequeña casa donde se reunían los creyentes, un hombre llamado Demas leyó en voz alta la carta de Pablo:

*»Que todo hombre nos considere así: como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios»* (1 Corintios 4:1).

Los presentes inclinaron sus cabezas en reflexión. Entre ellos estaba Lidia, una mujer que había abierto su hogar a los santos, y Lucas, un médico gentil que tomaba notas cuidadosamente.

—¿Qué significa ser administrador? —preguntó un joven llamado Timoteo.

Demas continuó leyendo: *»Ahora bien, se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel»* (1 Corintios 4:2).

—No es cuestión de sabiduría humana, ni de elocuencia —explicó Lucas—, sino de fidelidad. Como José en Egipto, a quien se le confiaron los tesoros del faraón, pero nunca se atribuyó la gloria.

—Pero algunos aquí se creen superiores —susurró Lidia con tristeza—. Miran a los apóstoles como si fueran héroes para seguir ciegamente, en lugar de verlos como siervos.

**El Juicio de los Hombres y el de Dios**

Pablo, en su carta, continuaba con firmeza: *»A mí en muy poco me juzgáis vosotros, o tribunal humano; ni aun yo me juzgo a mí mismo… mas el que me juzga es el Señor»* (1 Corintios 4:3-4).

Un hombre llamado Erasto, que trabajaba en el gobierno de la ciudad, se sintió incómodo.

—¿Entonces no importa lo que los demás piensen de nosotros?

—No es que no importe —respondió Lucas—, pero el juicio final no viene de los hombres. Recuerden a David: cuando el profeta Samuel lo ungió, sus hermanos lo menospreciaron, pero Dios vio su corazón.

—Pero Pablo sufrió mucho —intervino Timoteo—. Ha sido azotado, apedreado, calumniado… ¿y aún así no se defiende?

Demas leyó más: *»Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones»* (1 Corintios 4:5).

Un silencio reverente llenó la habitación.

**La Locura del Evangelio**

Entonces llegó la parte más impactante. Pablo, con ironía divina, contrastó la arrogancia de algunos corintios con la humillación de los apóstoles:

*»Porque habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento… ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!»* (1 Corintios 4:8).

—¡Qué palabras tan fuertes! —exclamó un creyente.

—Es como si nos llamara necios —dijo Erasto, sintiendo el peso de la reprensión.

Lucas asintió.

—Pablo no busca herir, sino despertar. Miren cómo describe la vida de un apóstol: *»Porque pienso que Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres»* (1 Corintios 4:9).

—¿Cómo es posible que los mensajeros del Rey del universo vivan así? —preguntó Lidia.

—Porque el Reino de Dios no es como los reinos de este mundo —respondió Demas—. Cristo mismo fue despreciado, y sus siervos siguen sus pasos.

**Un Padre en la Fe**

Al final, Pablo cambiaba el tono, mostrando su corazón pastoral:

*»No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio»* (1 Corintios 4:14-15).

Timoteo, que había sido discípulo de Pablo, sintió un nudo en la garganta. Recordó cómo el apóstol lo había guiado, corregido y animado, no como un dictador, sino como un padre amoroso.

—No nos trata como enemigos —murmuró—. Nos llama hijos.

—Exacto —dijo Lucas—. Por eso concluye: *»Por tanto, os ruego que me imitéis»* (1 Corintios 4:16). No para que seamos esclavos de hombres, sino para que, como él, vivamos como siervos de Cristo.

**Reflexión Final**

Esa noche, los creyentes de Corinto salieron de la reunión con el corazón quebrantado y a la vez esperanzado. Comprendieron que la verdadera grandeza no está en seguir a un líder humano, sino en ser fieles administradores de Cristo.

Y aunque el mundo los llamara *»débiles»*, *»locos»* o *»despreciables»*, ellos recordarían las palabras finales de Pablo:

*»Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder»* (1 Corintios 4:20).

Y así, con humildad y gozo, siguieron adelante, no buscando su propia gloria, sino la de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.

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