**La Visión del Templo Futuro**
El sol comenzaba a descender sobre el horizonte, teñiendo el cielo de tonos dorados y púrpuras, cuando la mano del Señor cayó sobre mí, Ezequiel, y me llevó en visión a la tierra de Israel. De pronto, me encontré sobre una montaña muy alta, y ante mis ojos se alzaba una estructura majestuosa, como una ciudad santa, resplandeciente bajo la luz celestial.
Un hombre estaba allí, cuyo aspecto era como bronce bruñido. Llevaba en la mano un cordel de lino y una caña de medir, y se encontraba junto a la puerta oriental del templo. Me dijo con voz firme: *»Hijo de hombre, mira con tus ojos, escucha con tus oídos y presta atención a todo lo que te mostraré, porque para esto has sido traído aquí. Anuncia a la casa de Israel todo lo que veas.»*
**La Puerta Oriental**
El hombre me guió hacia la entrada principal del templo, la puerta que miraba hacia el oriente. Era una construcción imponente, con escalones que ascendían hacia un pórtico amplio. Las paredes eran gruesas, y a cada lado había cámaras de vigilancia, seis en total, tres a un lado y tres al otro. Cada cámara medía lo mismo: seis codos de largo y seis de ancho, con espacios de cinco codos entre ellas.
El hombre midió el umbral de la puerta: un codo de ancho. Luego, el vestíbulo de entrada, que tenía ocho codos de profundidad, y sus pilares, de dos codos de grosor. La puerta misma se abría hacia el atrio interior, y frente a ella había más escalones, ocho en total, que conducían hacia el santuario.
**El Atrio Exterior**
Caminamos hacia el norte, donde había otra puerta, semejante en estructura a la primera. El hombre midió cada detalle con precisión: las cámaras, los pilares, los vestíbulos. Todo estaba diseñado con perfección simétrica, reflejando el orden divino. Luego, nos dirigimos al sur, donde se encontraba una tercera puerta, idéntica en medidas y disposición.
En el atrio exterior, había treinta cámaras dispuestas alrededor, sobre un enlosado que bordeaba el perímetro. Estas cámaras servían para los sacerdotes y los preparativos de los sacrificios. El hombre midió el ancho del atrio: cien codos desde la entrada del templo hasta el límite exterior.
**El Atrio Interior**
Después, cruzamos hacia el atrio interior, accesible solo para aquellos consagrados. Aquí también había una puerta orientada al sur, y el hombre la midió cuidadosamente. Sus cámaras, pilares y vestíbulos seguían el mismo patrón sagrado. Al llegar a la puerta oriental del atrio interior, sentí un temor reverente, pues esta era la entrada más cercana al lugar santísimo.
En este atrio, las cámaras para los sacerdotes eran más amplias, y había mesas de piedra donde se preparaban las ofrendas. El hombre me mostró los utensilios para los holocaustos: ganchos, cuchillos y recipientes de bronce. Todo estaba dispuesto para el servicio sagrado.
**El Templo Propiamente Dicho**
Finalmente, el hombre me condujo hacia el edificio principal del templo. Midió el pórtico: veinte codos de ancho y doce de profundidad. Los querubines y palmeras esculpidas en las paredes parecían cobrar vida bajo la luz celestial.
Al entrar en el lugar santo, el hombre midió el largo y el ancho: cuarenta codos cada uno. Allí estaba el altar de madera, delante del velo que separaba el lugar santísimo. En ese momento, comprendí que esta visión no era solo una restauración física, sino una promesa de la presencia eterna de Dios entre su pueblo.
**Conclusión de la Visión**
El hombre me dijo: *»Este es el lugar de mi trono, donde habitaré en medio de los hijos de Israel para siempre.»* Y aunque el templo que veía era grandioso en medidas y materiales, su verdadero significado era espiritual: Dios restauraría no solo piedras, sino corazones.
Cuando la visión terminó, quedé en silencio, meditando en la gloria futura de Israel. El Señor me ordenó escribir todo lo visto, para que su pueblo supiera que, aunque el exilio era presente, la redención era segura.
Así, la visión del templo no solo era un plano arquitectónico, sino un recordatorio de que Dios cumple sus promesas, reconstruyendo lo quebrantado y santificando a su pueblo para su morada eterna.