Biblia Sagrada

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**El Refugio de los Humildes**

En los días del rey David, cuando las sombras de la injusticia se alargaban sobre la tierra de Israel, hubo un tiempo en que los fieles parecían escasear como el rocío en el desierto. Los hombres piadosos gemían en sus corazones, pues la maldad se alzaba con voz arrogante, y los pobres eran pisoteados por los poderosos.

En una aldea oculta entre los montes de Judá, vivía un anciano llamado Elíacim, hombre justo y temeroso de Dios. Cada mañana, antes del alba, se postraba sobre el suelo de tierra de su humilde morada y clamaba: *»¡Oh Señor, sálvanos, porque los fieles han desaparecido! ¡Las palabras verdaderas se han vuelto escasas entre los hijos de los hombres!»*

Su voz se unía al lamento del salmista, pues veía cómo los mercaderes engañaban con pesas falsas, cómo los jueces torcían el derecho a cambio de sobornos, y cómo los orgullosos proclamaban: *»Nuestros labios son nuestros, ¿quién será señor sobre nosotros?»*

Una tarde, mientras Elíacim meditaba junto a un arroyo, escuchó el llanto de una viuda llamada Noemí. Los acreedores, hombres crueles de corazón, habían decidido quitarle su único campo, heredado de su difunto esposo, bajo falsos testimonios. *»No hay quien defienda al débil»*, sollozaba, *»porque la verdad ha caído en la calle»*.

Elíacim, con el rostro bañado en lágrimas, alzó sus manos al cielo y suplicó: *»Oh Jehová, tú has dicho: ‘Por la opresión de los humildes, por el gemido de los pobres, ahora me levantaré; pondré en salvo al que por ello suspira.’ ¡Cumple tu promesa, oh Dios fiel!»*

Y sucedió que, al tercer día, un mensajero del rey David llegó a la aldea. El monarca, inspirado por el Espíritu del Señor, había enviado jueces rectos para investigar las denuncias de corrupción. Los mentirosos fueron expuestos, sus trampas reveladas. Noemí recuperó su tierra, y los opresores huyeron avergonzados.

Al caer la noche, Elíacim reunió a los aldeanos y les recordó: *»Las palabras de Jehová son palabras puras, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces. Aunque los impíos merodeen y la maldad parezca triunfar, el Señor guardará a los suyos. Él es escudo para el pobre, fortaleza para el oprimido.»*

Y así, bajo el manto estrellado, los humildes durmieron en paz, sabiendo que el Dios de Jacob no desampara a los que en Él confían.

**Fin.**

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