Biblia Sagrada

La Sabiduría de los Justos en Proverbios 11 (Exactly 100 characters, including spaces.)

**La Sabiduría de los Justos: Una Historia Basada en Proverbios 11**

En los días del rey Ezequías, cuando Judá aún caminaba en los caminos del Señor, había una pequeña aldea llamada Sela, escondida entre los montes de Judea. Allí, dos hombres muy distintos habitaban, cuyas vidas ilustraban las verdades eternas de Proverbios 11.

El primero se llamaba **Eliab**, un hombre justo y temeroso de Dios. Desde su juventud, había meditado en la ley del Señor y procuraba vivir con integridad. Su casa, aunque humilde, estaba llena de paz, y su familia era conocida por su generosidad. Eliab cultivaba un pequeño campo de trigo y olivos, y aunque no era rico, siempre apartaba una porción de su cosecha para los pobres y los extranjeros que pasaban por el pueblo. «El hombre íntegro es guiado por su honestidad,» repetía a sus hijos, recordando las palabras del sabio Salomón.

Un año, cuando la sequía azotó la tierra y el hambre comenzó a amenazar a Sela, Eliab tomó una decisión. En lugar de guardar su grano para sí mismo, lo repartió entre las viudas y los huérfanos del pueblo. «El que se apiada del pobre presta al Señor,» decía con convicción. Los vecinos murmuraban que era un necio, pero él confiaba en que Dios no abandonaría a los que caminaban en rectitud.

No lejos de allí vivía **Amón**, un mercader astuto pero sin escrúpulos. Amón había acumulado riquezas vendiendo grano a precios exorbitantes durante las épocas de escasez. Sus almacenes estaban repletos, pero su corazón estaba vacío. «Con la boca el impío destruye a su prójimo,» susurraba mientras engañaba a los campesinos con medidas falsas. Su casa, aunque llena de lujos, estaba marcada por el temor y la desconfianza.

Cuando la sequía empeoró, Amón vio la oportunidad de enriquecerse aún más. Compró todo el grano que pudo y lo escondió, esperando que los precios subieran. Pero una noche, mientras celebraba su supuesta astucia, un incendio misterioso consumió sus almacenes. Las llamas devoraron en un instante lo que había tomado años acumular. «Las riquezas no aprovechan en el día de la ira,» murmuró un anciano al ver las cenizas, recordando las palabras del proverbio.

Mientras tanto, Eliab, aunque había dado todo, despertó una mañana para encontrar sus campos milagrosamente verdes. Una lluvia suave había caído solo sobre sus tierras, y su cosecha fue abundante. El pueblo, al ver esto, reconoció la mano de Dios. «El que busca el bien halla favor,» susurraban entre ellos.

Con el tiempo, la fama de la sabiduría de Eliab creció, y hasta los ancianos del pueblo acudían a él en busca de consejo. En cambio, Amón, arruinado y abandonado por sus antiguos amigos, vagaba por las calles, consumido por su propia avaricia. «El que confía en sus riquezas caerá, pero los justos reverdecerán como ramas.»

Así, en la pequeña aldea de Sela, las palabras de Proverbios 11 cobraron vida: **la integridad guía a los rectos, pero la perversidad destruye a los pecadores.** Y aunque el mundo los olvide, los caminos de los justos permanecen firmes, porque el Señor cuida de los que andan en verdad.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *