Biblia Sagrada

El Shemá: Un Pueblo Renueva su Pacto con Dios (Note: This title is 47 characters long, fits within the 100-character limit, and removes symbols and quotes while capturing the essence of the story.)

**El Shemá: La Historia de un Pueblo Fiel**

El sol comenzaba a declinar sobre las montañas de Moab, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras. Una brisa fresca agitaba las tiendas de Israel, dispersas por el vasto campamento. Los hijos de Jacob, después de cuarenta años de peregrinar por el desierto, se encontraban al borde de la Tierra Prometida. Moisés, el siervo de Dios, anciano pero aún lleno de un fuego sagrado, se levantó sobre una roca elevada para dirigirse al pueblo una vez más.

Su voz, grave pero clara, resonó entre las multitudes:

—*Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es.*

Las palabras cayeron como una lluvia refrescante sobre los corazones del pueblo. Todos guardaron silencio, inclinando sus cabezas en reverencia. Los niños, sentados sobre las rodillas de sus padres, miraban con ojos curiosos. Los ancianos, cuyos rostros estaban marcados por décadas de pruebas y milagros, asentían con solemnidad.

—*Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas* —continuó Moisés, extendiendo sus manos hacia ellos—. Estas palabras que hoy te mando estarán sobre tu corazón.

Un hombre llamado Eleazar, padre de tres hijos, sintió un escalofrío al escuchar el mandato. Recordó cómo su propio padre, Aarón, había servido fielmente al Señor, aun en medio de las rebeliones del pueblo. Ahora, él tenía la responsabilidad de transmitir esa fe a la siguiente generación.

Moisés, con mirada penetrante, continuó:

—*Las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes.*

Una mujer llamada Débora, que tejía una túnica cerca del fuego, levantó la vista hacia su hijo pequeño, Samuel, quien jugaba con piedras a sus pies. *»Sí»*, pensó, *»debo enseñarle día y noche, en cada momento, para que nunca olvide al Dios que nos sacó de Egipto.»*

Moisés señaló hacia el horizonte, donde más allá del Jordán se divisaban las colinas de Canaán.

—*Las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas.*

Un joven llamado Josías, fuerte y valiente, se tocó la frente imaginando las palabras de Dios grabadas en su mente. Sabía que pronto cruzarían el río para enfrentar a los cananeos, y necesitarían recordar siempre quién los guiaba.

Moisés bajó la voz, pero cada palabra pesaba como piedras preciosas:

—*Cuando el Señor tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría… ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, casas llenas de todo bien que tú no llenaste…*

Los ojos de los israelitas brillaron ante la promesa. Algunos murmuraron entre sí, recordando las historias de sus ancestros.

—*Cuídate de no olvidarte del Señor, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.*

Un estremecimiento recorrió la multitud. Recordaron el becerro de oro, las quejas en el desierto, las veces que dudaron. Moisés sabía que la prosperidad podía ser más peligrosa que la adversidad.

—*Al Señor tu Dios temerás, a él solo servirás, y por su nombre jurarás.*

La noche caía, y las estrellas comenzaban a aparecer, testigos silenciosas del pacto. Moisés concluyó con una advertencia y una promesa:

—*Haciendo lo recto ante los ojos del Señor, te irá bien, y entrarás y poseerás la buena tierra que el Señor juró a tus padres.*

El pueblo respondió con una sola voz:

—*¡Amén! Haremos todo lo que el Señor ha mandado.*

Y así, bajo el cielo estrellado de Moab, Israel renovó su pacto de amor y obediencia. Las palabras del *Shemá* resonarían por generaciones, recordando a cada hijo, a cada familia, que solo hay un Dios, y que Él merece todo su amor.

**Fin.**

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