Biblia Sagrada

La Misericordia del Rey David y Mefiboset (96 characters)

**La Misericordia del Rey: La Historia de Mefiboset**

El sol se alzaba sobre Jerusalén, bañando las calles de oro con su cálida luz matutina. El palacio del rey David resplandecía, sus altas columnas y muros de piedra blanca reflejaban la gloria de un reinado establecido por la mano de Dios. Dentro de sus cámaras, el rey meditaba en silencio, recordando los días pasados, los juramentos hechos y las promesas que aún pendían en su corazón.

Habían pasado años desde la muerte de Saúl y Jonatán, su amigo más querido, aquel cuya alma se había entrelazado con la suya en un pacto de lealtad y amor fraternal. Aunque el trono ahora era suyo y la paz reinaba en Israel, una inquietud persistía en el espíritu de David. «¿Queda alguien de la casa de Saúl a quien yo pueda mostrarle misericordia por amor a Jonatán?», murmuró en voz alta, dirigiendo su mirada hacia los cortesanos que lo rodeaban.

Entre ellos estaba Siba, un siervo que había pertenecido a la casa de Saúl. Al escuchar las palabras del rey, se inclinó con respeto y respondió: «Aún vive un hijo de Jonatán, lisiado de ambos pies».

El corazón de David se estremeció al oírlo. Recordó al pequeño Mefiboset, hijo de Jonatán, de quien había oído hablar años atrás. Cuando la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán en el monte Gilboa llegó, su nodriza, presa del pánico, lo había tomado en sus brazos para huir, pero en la prisa, el niño cayó y quedó lisiado. Desde entonces, había vivido en el anonimato, oculto en Lo-debar, una tierra árida y olvidada al otro lado del Jordán.

«¿Dónde está?», preguntó David con voz firme pero llena de compasión.

«En Lo-debar, en la casa de Maquir, hijo de Amiel», respondió Siba.

Sin demora, el rey envió mensajeros a caballo, atravesando valles y montañas, hasta llegar a aquel lugar remoto. Cuando los emisarios reales llegaron a la humilde morada donde vivía Mefiboset, el hombre, ahora adulto, sintió que el terror se apoderaba de él. ¿Por qué el rey lo mandaba llamar? En aquellos tiempos, era costumbre que los nuevos monarcas eliminaran a los descendientes de la dinastía anterior para asegurar su trono. Con el corazón encogido, se dejó llevar hacia Jerusalén, sin saber si lo esperaba la muerte o la gracia.

Al entrar en el palacio, Mefiboset se postró ante David, su rostro pegado al suelo, temblando. «¡He aquí tu siervo!», exclamó con voz quebrantada.

Pero David, en un gesto que revelaba la profundidad de su corazón conforme al de Dios, le dijo: «Mefiboset, no temas. Yo he decidido mostrarte misericordia por amor a tu padre Jonatán. Te devolveré todas las tierras que pertenecieron a Saúl, tu abuelo, y comerás siempre a mi mesa».

Las palabras del rey resonaron como un eco de redención en los oídos de Mefiboset. Él, que había vivido como un fugitivo, escondido en la vergüenza de su condición, era ahora llamado hijo del rey. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras balbuceaba: «¿Quién soy yo, tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?».

David no permitió que la humildad de Mefiboset lo detuviera. Ordenó a Siba, junto con sus quince hijos y veinte siervos, que trabajaran las tierras en nombre de Mefiboset, asegurando que su herencia fuera restaurada. Pero más aún, decretó que Mefiboset viviera en Jerusalén y comiera siempre en la mesa real, como uno de los hijos del rey.

A partir de aquel día, Mefiboset tomó su lugar entre los príncipes de Israel. Aunque sus pies seguían débiles, su alma fue fortalecida por la bondad inesperada de David. Cada tarde, cuando se sentaba a la mesa del rey, recordaba que no era por sus méritos, sino por el amor inquebrantable que David había jurado a Jonatán.

Y así, en medio del esplendor del reino, se cumplía la promesa, no por justicia humana, sino por la fidelidad de un corazón que amaba como Dios ama: sin medida, sin condiciones, recordando siempre los pactos hechos en Su nombre.

**Fin.**

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