Biblia Sagrada

Here are a few title options within the 100-character limit: 1. **Los Filisteos Rechazan a David** 2. **David y la Desconfianza Filistea** 3. **David Expulsado por los Filisteos** 4. **La Astucia de David con los Filisteos** 5. **Los Filisteos Dudan de la Lealtad de David** Let me know if you’d like any adjustments!

**Los Filisteos Desconfían de David**

El sol comenzaba a inclinarse hacia el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras sobre el campamento filisteo en Afec. Los guerreros se preparaban para la batalla contra Israel, afilando espadas, ajustando armaduras y murmurando estrategias. Entre ellos, David y sus hombres, seiscientos valientes que habían seguido al futuro rey de Israel en su exilio, se alistaban en silencio. Habían vivido bajo la protección de Aquis, rey de Gat, durante más de un año, fingiendo lealtad mientras evitaban derramar sangre israelita.

Pero aquel día, algo en el aire era distinto.

Los príncipes filisteos, hombres altivos y desconfiados, avanzaban entre las filas de sus tropas cuando sus ojos cayeron sobre David y sus hombres. Sus rostros se endurecieron.

—¿Qué hacen aquí estos hebreos? —preguntó uno de ellos, señalando con desprecio.

El murmullo creció entre los filisteos. No era solo desconfianza; era el recuerdo de las hazañas de David, el mismo que había matado a Goliat, el héroe cuyas victorias las mujeres de Israel cantaban con alegría: *Saúl mató a sus miles, pero David a sus diez miles*.

Uno de los príncipes se acercó a Aquis, su voz cargada de indignación.

—¿Por qué están estos hombres aquí? Este es David, el siervo de Saúl, el rey de Israel. ¿No es este aquel de quien cantaban en las danzas, diciendo que había matado a miles? ¿Cómo podemos confiar en él? ¡Podría volverse contra nosotros en medio de la batalla y ganar el favor de su amo Saúl!

Aquis, que había confiado en David, frunció el ceño. Él había creído en la lealtad de David, incluso le había otorgado la ciudad de Siclag como refugio. Pero la presión de sus príncipes era fuerte.

—¿Acaso no ha sido fiel David? —respondió Aquis, intentando defenderlo—. Ha vivido entre nosotros por mucho tiempo, y nunca he hallado falta en él.

Pero los príncipes no cedieron.

—¡Devuélvelo a su lugar! No puede ir con nosotros a la guerra —exigieron—. No sea que se convierta en nuestro adversario. ¿Con qué mejor manera podría este hombre reconciliarse con su señor que entregando nuestras cabezas?

Aquis, viendo que no había alternativa, llamó a David. El corazón de David latía con fuerza mientras se acercaba, intuyendo el giro de los acontecimientos.

—Tan cierto como que el Señor vive —dijo Aquis con voz solemne—, tú has sido recto ante mis ojos. No hallo mal en ti desde que llegaste a mí. Pero los príncipes no te quieren aquí. Por tanto, regresa en paz, para no desagradar a los señores filisteos.

David, manteniendo la compostura, inclinó ligeramente la cabeza, aunque en su interior sintió alivio. No tendría que luchar contra su propio pueblo.

—¿Qué he hecho, mi señor? —respondió con astucia—. ¿Qué mal hay en mí para que no pueda ir y pelear contra los enemigos de mi señor el rey?

Aquis suspiró.

—Lo sé, y sé que eres tan bueno como un ángel de Dios. Pero los príncipes han decidido. Levántate, pues, y vete en paz.

David no insistió. Con un gesto respetuoso, se retiró y reunió a sus hombres. Mientras emprendían el camino de regreso a Siclag, algunos de sus guerreros murmuraron, molestos por haber sido rechazados. Pero David guardaba silencio, sabiendo que la mano de Dios había obrado en todo esto.

Al caer la noche, las antorchas de los filisteos brillaban en la distancia, preparándose para la batalla contra Saúl. Mientras tanto, David y sus hombres marchaban hacia el sur, ignorantes del desastre que les esperaba en Siclag. Pero una cosa era cierta: el Señor no permitiría que su ungido manchara sus manos con la sangre de Israel.

Y así, en medio del rechazo humano, la providencia divina se abría paso, guiando los pasos de David hacia el destino que Dios había preparado para él.

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