El Sueño del Faraón y la Sabiduría de José (Note: The original title provided is already concise, meaningful, and within the 100-character limit. It effectively captures the essence of the story without symbols or quotes. No further edits are needed.) Alternative option (if a shorter variation is preferred): José Interpreta el Sueño del Faraón (44 characters)
**El Sueño del Faraón y la Sabiduría de José**
En los días en que Egipto era el centro del mundo conocido, gobernado por un faraón poderoso pero atormentado, ocurrió un suceso que cambiaría el destino de muchas naciones. El Señor, en su infinita sabiduría, preparaba los corazones y los eventos para cumplir sus propósitos.
Una noche, mientras el Nilo fluía silencioso bajo la luz plateada de la luna, el faraón se acostó en su lecho de lino fino y oro, pero su sueño no fue pacífico. En medio de la oscuridad, soñó que estaba de pie junto al río cuando, de sus aguas, surgieron siete vacas hermosas, robustas y de piel brillante que pastaban en los juncos. Pero he aquí que, tras ellas, emergieron otras siete vacas, flacas, demacradas y de huesos marcados, que devoraron a las primeras sin que su apariencia mejorara.
El faraón se despertó sobresaltado, el corazón palpitante, pero al cerrar los ojos de nuevo, un segundo sueño lo envolvió. Esta vez, vio siete espigas de trigo, gruesas y doradas, que crecían en un mismo tallo. Y tras ellas, brotaron otras siete espigas, mustias, quemadas por el viento del este, que se tragaron a las sanas.
Al amanecer, el faraón, turbado en su espíritu, convocó a todos los magos y sabios de Egipto. Les relató sus sueños, pero ninguno pudo interpretarlos. El palacio se llenó de murmullos y preocupación, pues el faraón no hallaba paz.
Fue entonces cuando el jefe de los coperos, quien tiempo atrás había sido liberado de la prisión, recordó de repente a José. Con voz temblorosa, habló:
—Hoy me acuerdo de mis faltas. Una vez, el faraón se enojó conmigo y con el panadero, y nos encarceló. Allí, un joven hebreo, sirviente del capitán de la guardia, nos interpretó los sueños. Y tal como él dijo, así sucedió: a mí me restauraron en mi cargo, y al panadero lo colgaron.
El faraón, con prisa, ordenó traer a José. Lo sacaron de la mazmorra, lo afeitaron, le dieron vestiduras limpias y lo llevaron ante el trono. El faraón, con mirada penetrante, le dijo:
—He tenido un sueño, y nadie puede interpretarlo. Pero he oído decir que tú entiendes los sueños y los explicas.
José, humilde pero lleno de la presencia de Dios, respondió:
—No está en mí, sino que Dios será quien dé al faraón una respuesta favorable.
Entonces el faraón relató sus sueños. José, inspirado por el Espíritu del Señor, declaró con firmeza:
—Los dos sueños del faraón son uno mismo. Dios ha revelado lo que está por hacer. Las siete vacas hermosas y las siete espigas llenas son siete años de abundancia en toda la tierra de Egipto. Pero las siete vacas flacas y las espigas marchitas que las devoran serán siete años de hambre tan severa que hará olvidar la abundancia anterior.
José hizo una pausa, y luego, con sabiduría dada por el cielo, añadió:
—Que el faraón busque un hombre prudente y sabio, y lo ponga sobre la tierra de Egipto. Que nombre intendentes en las ciudades, que recojan la quinta parte de las cosechas en los años buenos y las almacenen bajo la autoridad del faraón. Así, el grano será reservado para los años de hambre, y el pueblo no perecerá.
El faraón y sus siervos quedaron asombrados ante tal discernimiento. El monarca exclamó:
—¿Acaso hallaremos a otro como este, en quien esté el espíritu de Dios?
Y sin dudarlo, nombró a José gobernador de todo Egipto, le dio su anillo de sello, lo vistió con ropas de lino fino y le puso un collar de oro. Lo hizo subir a su segundo carro, y la gente se postraba ante él.
Así, José, el que fuera vendido como esclavo, se convirtió en el salvador de Egipto. Durante los siete años de abundancia, reunió grano como arena del mar, hasta que dejó de contarse. Y cuando llegó el hambre, como Dios lo había dicho, José abrió los graneros y alimentó no solo a Egipto, sino a pueblos vecinos.
De esta manera, el Señor mostró su fidelidad, usando lo que los hombres intentaron para mal—la envidia de los hermanos de José—para bien, preservando la vida de multitudes. Y así se cumplió el propósito divino, porque los caminos de Dios son perfectos.