Biblia Sagrada

La Sabiduría Bendice la Casa de Tobías

**La Sabiduría en la Casa de Tobías**

En los días del rey Ezequías, cuando Judá aún caminaba en los caminos del Señor, había un hombre llamado Tobías que vivía en una aldea cercana a Jerusalén. Tobías era conocido por su temor a Dios y su diligencia en el trabajo. Cada mañana, antes de que el sol pintara el cielo de dorado, ya estaba en su campo, arando la tierra con manos callosas pero llenas de propósito. Su esposa, Raquel, tejía lana fina y vendía sus mantos en el mercado, y juntos criaban a sus dos hijos, Eliab y Noemí, enseñándoles las sendas de la justicia.

Un día, mientras Tobías descansaba bajo la sombra de una higuera, un anciano viajero pasó por su casa. Sus ropas estaban cubiertas de polvo, y su rostro mostraba el cansancio del camino. Sin dudarlo, Tobías se levantó y lo invitó a entrar.

—Bendito sea el Señor, que trae huéspedes a mi puerta —dijo Tobías, mientras Raquel servía pan recién horneado y aceitunas.

El viajero, agradecido, compartió con ellos palabras de sabiduría:

—*El hijo sabio alegra a su padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre* —citó, recordando las palabras del rey Salomón.

Tobías asintió, mirando a sus hijos. Eliab, el mayor, escuchaba con atención, pero Noemí, aunque inteligente, a veces se dejaba llevar por la pereza.

Pasaron los meses, y las enseñanzas del anciano resonaban en el corazón de Tobías. Una tarde, mientras el sol se ocultaba tras los montes de Judea, Eliab regresó del campo con las manos llenas de espigas de trigo que había recogido con esmero.

—Padre, hoy trabajé hasta que no quedó luz —dijo con orgullo.

Tobías sonrió y lo abrazó.

—*Las bendiciones del Señor enriquecen, y no añaden tristeza con ella* —respondió, recordando el libro de los Proverbios.

Pero Noemí, en cambio, había pasado el día durmiendo bajo un árbol, dejando que su hermano cargara con el trabajo. Cuando regresó con las manos vacías, Raquel suspiró con tristeza.

—Hija mía, *el que recoge en el verano es hombre prudente, pero el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza* —le dijo con ternura, pero firmeza.

Noemí bajó la cabeza, sintiendo el peso de sus acciones.

Al año siguiente, una gran sequía azotó la tierra. Los campos de muchos se secaron, pero Tobías, habiendo guardado grano con sabiduría, tenía suficiente para su familia y aún para compartir con los necesitados.

—*El justo nunca será removido, pero los impíos no habitarán la tierra* —murmuró Tobías mientras repartía pan a los hambrientos.

Un vecino suyo, un hombre llamado Lotán, que siempre había vivido en la avaricia y el engaño, se burlaba de Tobías.

—¿Por qué das tu comida a otros? ¡Guárdala para ti! —le dijo con desprecio.

Pero Tobías solo respondió:

—*El que siembra maldad cosecha desgracia, y la vara de su insolencia se quebrará*.

Y así fue. La casa de Lotán cayó en ruina, pues sus hijos, criados en la mentira, lo abandonaron, y sus riquezas se esfumaron como el rocío al mediodía.

Mientras tanto, Noemí, habiendo aprendido de su error, comenzó a imitar la diligencia de su hermano. Una mañana, mientras cardaba lana junto a su madre, dijo:

—Madre, he entendido que *el que camina en integridad anda confiado, pero el que pervierte sus caminos será descubierto*.

Raquel, con lágrimas en los ojos, la abrazó.

—*La boca del justo es manantial de vida* —susurró.

Y así, la casa de Tobías prosperó, no solo en bienes, sino en sabiduría y temor de Dios. Porque como está escrito:

*La memoria del justo será bendita, mas el nombre de los impíos se pudrirá.*

Y así se cumplió en ellos las palabras de Salomón, porque el Señor honra a los que lo honran, y su justicia permanece para siempre.

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