Here’s a concise and engaging title in Spanish (under 100 characters): **La Bendición de Temer a Dios: La Historia de Obed** (Alternative, shorter option if preferred: **Obed: Bendecido por Temer a Dios**) Both options: – Remove symbols/asterisks. – Stay under 100 characters. – Capture the core theme (blessings from fearing God). – Mention the protagonist (Obed) for clarity. Let me know if you’d like any adjustments!
**La Bendición del Temor de Dios**
En los días del rey Ezequías, cuando Jerusalén aún respiraba los aires de paz y prosperidad, vivía un hombre llamado Obed. Era un hombre sencillo, un labrador que trabajaba la tierra con manos callosas y corazón agradecido. Cada mañana, antes de que el sol dorado iluminara los campos de trigo, Obed se inclinaba en oración, recordando las palabras del Salmo que tanto amaba: *»Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos»* (Salmo 128:1).
Obed no era rico según los estándares del mundo, pero su vida rebosaba de bendiciones. Su esposa, Séfora, era como una vid fructífera en el corazón de su hogar (Salmo 128:3). Sus manos no solo moldeaban el pan, sino que también tejían amor y sabiduría en sus hijos. Tenían tres: Eliab, el mayor, fuerte como un roble joven; Noemí, de risa dulce como el agua de un arroyo; y el pequeño Jonatán, cuyos ojos brillaban con la curiosidad de quien descubre el mundo.
Los vecinos murmuraban a veces, preguntándose cómo la familia de Obed siempre tenía suficiente, aun cuando las sequías azotaban la tierra. Pero Obed sabía el secreto: *»Cuando comas del trabajo de tus manos, dichoso serás, y te irá bien»* (Salmo 128:2). No acumulaba riquezas con avaricia, sino que compartía su cosecha con los levitas y los necesitados. Cada séptimo día, la familia se reunía bajo el viejo olivo en el patio, y Obed leía la Ley, enseñando a sus hijos que el verdadero éxito no estaba en el granero lleno, sino en caminar humildemente con Dios.
Un año, una plaga de langostas descendió sobre los campos vecinos, devorando todo a su paso. Los mercaderes subieron los precios del grano, y muchos campesinos cayeron en desesperación. Pero la parcela de Obed permaneció intacta, como si una mano invisible la protegiera. Séfora, con lágrimas en los ojos, murmuró: «El Señor es nuestro guardián». Y así fue. No porque fueran inmunes al sufrimiento, sino porque incluso en la escasez, confiaban.
Con el tiempo, los hijos de Obed crecieron. Eliab se casó con una joven piadosa de Belén, y pronto su casa resonó con las risas de los nietos. Noemí, siguiendo el ejemplo de su madre, se convirtió en una mujer de virtud, y Jonatán, ahora un joven sabio, estudiaba las Escrituras con los sacerdotes. Cada vez que Obed veía a su familia reunida en la mesa, recordaba la promesa: *»Así será bendecido el hombre que teme a Jehová. Bendígate Jehová desde Sion, y veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida»* (Salmo 128:4-5).
Y así, envejeció rodeado de amor, sus días tejidos con la fidelidad de Dios. Cuando partió de este mundo, no dejó palacios ni tesoros, sino un legado de fe que floreció por generaciones. Porque había aprendido que la verdadera bienaventuranza no está en lo que se posee, sino en Aquel a quien se sirve.
Y Jerusalén, la ciudad amada, siguió cantando las palabras del Salmo, recordando que el temor de Dios es el principio de toda bendición.