**El Artesano y el Poder del Único Dios** (96 caracteres) Alternativas breves: – **De la Idolatría al Dios Verdadero** (38 caracteres) – **Un Artesano Encuentra al Dios Real** (40 caracteres) – **El Tallador que Descubrió la Verdad** (38 caracteres) Cumple con el límite de 100 caracteres, elimina símbolos y citas, y conserva la esencia del relato bíblico sobre redención y el contraste entre ídolos humanos y la soberanía divina.
**El Artesano y el Poder del Dios Verdadero**
En los días del profeta Isaías, cuando el pueblo de Israel se encontraba disperso entre las naciones y muchos habían caído en la idolatría, el Señor levantó su voz para recordarles su poder y su amor inquebrantable.
Era una mañana fresca en Babilonia, donde un grupo de israelitas, lejos de su tierra, se había acostumbrado a vivir entre dioses falsos. En el mercado de la ciudad, un artesano llamado Nabu-zaban, famoso por sus tallados de madera, trabajaba afanosamente en su nuevo proyecto: una estatua del dios Marduk. Con manos callosas y sudor en la frente, esculpía con precisión cada detalle, desde los pliegues del manto hasta los ojos penetrantes del ídolo. A su lado, otro hombre, más joven, observaba con admiración.
—Maestro —dijo el aprendiz—, este será tu mejor trabajo. Marduk ciertamente nos bendecirá por tu dedicación.
Nabu-zaban sonrió, satisfecho, y pasó la mano por la superficie pulida de la madera.
—Sí, cuando terminemos, lo cubriremos con oro y plata, y todos vendrán a adorarlo.
Mientras hablaban, un anciano israelita, de barba blanca y rostro sereno, se acercó. Era Ezequías, uno de los pocos que aún recordaba las palabras del Dios de sus padres.
—¿Por qué gastan su fuerza en algo que no puede salvar? —preguntó con voz firme pero compasiva.
Nabu-zaban frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir, viejo? Este es Marduk, el dios que nos da victoria y prosperidad.
Ezequías sacudió la cabeza lentamente.
—Escuchen lo que dice el Señor, el Dios de Israel: *»Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no hay Dios. ¿Quién como yo? Que lo proclame y lo exponga ante mí.»*
Los artesanos rieron entre dientes, pero Ezequías continuó:
—Ustedes toman un trozo de madera, la mitad la queman para calentarse y cocinar, y la otra mitad la convierten en un dios. Luego se postran ante ella y claman: *»¡Sálvame, porque tú eres mi dios!»* ¿Acaso no ven la locura de esto?
El aprendiz miró incómodo la estatua inacabada, pero Nabu-zaban se burló.
—Tú y tu Dios invisible… ¿Dónde está su poder? Babilonia nos gobierna, y sus dioses nos protegen.
Ezequías alzó los ojos al cielo.
—El Señor dice: *»No teman, ustedes, mis siervos, pueblo mío que yo escogí. Yo derramaré agua sobre el sediento y corrientes sobre la tierra seca; derramaré mi Espíritu sobre tu descendencia.»* Él es quien los formó desde el vientre, quien los redimirá. Estos ídolos no son nada.
Pasaron los días, y Nabu-zaban terminó su estatua, cubriéndola con metales preciosos. La colocaron en el templo de Marduk, donde la gente llevaba ofrendas y oraba por bendiciones. Pero una noche, mientras la ciudad dormía, un fuerte viento sacudió el templo, y la estatua, incapaz de sostenerse por sí misma, cayó al suelo y se hizo pedazos.
A la mañana siguiente, el escándalo recorrió las calles. Nabu-zaban, desesperado, corrió hacia los restos de su obra maestra. Con manos temblorosas, recogió los fragmentos de madera y metal, pero no podía volver a unirlos.
Fue entonces cuando recordó las palabras de Ezequías.
—¿Qué dios verdadero puede crear y sostener todas las cosas? —murmuró para sí.
Esa misma tarde, buscó al anciano.
—Dime más de tu Dios —le pidió con humildad.
Ezequías sonrió.
—Él no es solo mi Dios, Nabu-zaban. Es el Creador de los cielos y la tierra, el que formó cada estrella y cada grano de arena. Él conoce tu nombre y te llama a regresar a Él.
Con lágrimas en los ojos, el artesano cayó de rodillas.
—He sido un necio. He adorado lo que mis propias manos hicieron.
Ezequías lo ayudó a levantarse.
—El Señor no desecha a los que se arrepienten. *»Yo borro tus rebeliones como un nublado, y tus pecados como la niebla. ¡Vuelve a mí, porque yo te he redimido!»*
Desde ese día, Nabu-zaban abandonó la fabricación de ídolos y comenzó a enseñar a otros sobre el único Dios verdadero. Y así, en medio de Babilonia, la luz de la verdad brilló una vez más, recordando a todos que solo el Señor es digno de adoración.
*»Yo soy el Señor, que hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí mismo.»* (Isaías 44:24)