Biblia Sagrada

La Renovación del Pacto en Siquem (Note: The original title provided is already concise, meaningful, and fits within the 100-character limit. It accurately captures the essence of the story without symbols or extra formatting.) Alternative options (if a variation is preferred): – Josué y el Pacto en Siquem – Israel Renueva su Pacto con Dios – El Pacto de Siquem con Josué Let me know if you’d like further adjustments!

**La Renovación del Pacto en Siquem**

El sol comenzaba a inclinarse hacia el occidente, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras sobre la ciudad de Siquem. Las montañas de Ebal y Gerizim, testigos silenciosos de las promesas divinas, se alzaban imponentes en el horizonte. Era un lugar sagrado, donde siglos atrás, el patriarca Abraham había levantado un altar al Señor al llegar a la Tierra Prometida. Ahora, bajo ese mismo cielo, Josué, anciano pero aún lleno de vigor espiritual, convocó a todo Israel para un encuentro decisivo con Dios.

Las tribus se reunieron en el valle, desde los ancianos de cabellos plateados hasta los niños que correteaban entre las tiendas. Los guerreros, curtidos por las batallas, se sentaron junto a los labradores y pastores. Todos sabían que este día sería recordado por generaciones. Josué, vestido con un manto sencillo pero digno, se puso en pie frente al arca del pacto, que brillaba bajo la luz del atardecer. Su voz, clara y firme, resonó en el silencio que se extendió sobre la multitud.

**»Así dice el Señor, Dios de Israel…»** comenzó Josué, recordando la historia de su pueblo con palabras que parecían traer el pasado al presente.

**»Vuestros padres, como Taré, padre de Abraham y de Nacor, habitaban al otro lado del río Éufrates y servían a dioses extraños. Pero yo tomé a Abraham vuestro padre, y lo conduje por toda la tierra de Canaán.»**

Los israelitas escuchaban con reverencia mientras Josué narraba cómo Dios había multiplicado la descendencia de Abraham, liberado a Israel de Egipto con mano poderosa, abierto el Mar Rojo y guiado a su pueblo a través del desierto. Cada palabra era un eco de las maravillas que el Señor había obrado.

**»Luchasteis contra los amorreos, los jebuseos y los filisteos, pero no fue por vuestra espada ni por vuestro arco… ¡Fue la mano del Señor la que os dio la victoria!»**

Josué alzó las manos hacia el cielo, y por un momento, pareció que el mismo Dios estaba presente entre ellos. Luego, su voz se tornó solemne.

**»Ahora, pues, temed al Señor y servidle con integridad y verdad. Si os parece mal servir al Señor, escoged hoy a quién serviréis: si a los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis. Pero yo y mi casa serviremos al Señor.»**

Un murmullo recorrió la asamblea. Algunos recordaban los ídolos de Mesopotamia, otros los altares cananeos que aún tentaban a muchos. Pero el corazón del pueblo se conmovió. Uno a uno, los ancianos, los guerreros y las mujeres se levantaron, y con una sola voz clamaron:

**»¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses! Él nos sacó de la esclavitud, nos protegió en el desierto y nos dio esta tierra. Nosotros también serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios.»**

Josué, con mirada penetrante, advirtió: **»No podéis servir al Señor, porque Él es Dios santo y celoso. Si le abandonáis, Él os consumirá después de haberos hecho tanto bien.»**

Pero el pueblo insistió: **»¡No, sino que serviremos al Señor!»**

Entonces Josué tomó una gran piedra y la erigió bajo una encina, junto al santuario del Señor. **»Esta piedra será testigo contra vosotros, pues ha oído todas las palabras que habéis dicho. Será un recordatorio para que no mintáis a Dios.»**

El sol se ocultó tras las montañas, y las sombras se extendieron sobre Siquem. Pero en los corazones de Israel ardía una decisión inquebrantable. Aquel día, renovaron el pacto, no por obligación, sino por amor al Dios que los había elegido.

Y así, bajo la mirada de la piedra testigo y la sombra de la encina sagrada, Israel se comprometió una vez más a caminar en los caminos del Señor. Josué, satisfecho pero consciente de la fragilidad humana, despidió al pueblo, confiando en que, aunque las generaciones futuras pudieran olvidar, Dios siempre sería fiel.

**Fin.**

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *