Biblia Sagrada

Here’s a concise and engaging title for your Bible story in Spanish (within 100 characters, no symbols or quotes): **El Dios que se Inclina: Justicia y Misericordia en la Aldea** (Alternative, shorter option if preferred: **El Dios que Mira al Humilde: Historia de Fe en la Aldea**) Let me know if you’d like any adjustments!

**El Poder del Dios que se Inclina**

En los días antiguos, cuando el sol ardiente de Palestina caía sobre los campos de trigo y los pastores guiaban sus rebaños por las colinas pedregosas, había un hombre llamado Elíam, cuyo nombre significaba «Dios es mi pueblo». Vivía en una aldea humilde al borde del desierto, donde la tierra era árida y la vida, dura. Elíam era un hombre de fe, pero su corazón a menudo se entristecía al ver la opresión de los pobres y el desprecio de los poderosos.

Una noche, mientras las estrellas brillaban como lámparas encendidas en el firmamento, Elíam se sentó junto a una pequeña fogata y abrió su corazón en oración. «Señor,» susurró, «¿dónde está tu justicia? Los ricos pisotean a los humildes, y los orgullosos se burlan de los que te buscan.» Entonces, como un susurro en su espíritu, recordó las palabras del Salmo que los levitas cantaban en el templo:

*»Alabad, siervos de Jehová, alabad el nombre de Jehová. Bendito sea el nombre de Jehová desde ahora y para siempre. Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre de Jehová.»*

Mientras meditaba en estas palabras, una paz extraña llenó su corazón. Comprendió que el Señor no era un Dios distante, sentado en un trono inalcanzable, sino un Rey que se inclinaba para mirar desde los cielos y levantar al pobre del polvo.

**La Humilde Ana**

En la misma aldea vivía una viuda llamada Ana, cuyo esposo había muerto años atrás, dejándola sin hijos y en la miseria. Cada día, Ana recogía las espigas que los segadores dejaban atrás, apenas suficiente para un pan duro. Sus vestidos estaban remendados, y sus manos, callosas por el trabajo. Muchos la ignoraban, y algunos incluso murmuraban que su desgracia era castigo por algún pecado oculto.

Pero una tarde, mientras Ana juntaba granos en el campo de Booz, un hombre rico de la región, sintió una presencia extraña. Levantó la vista y vio a un anciano caminando hacia ella. Era Elíam, el hombre de oración.

—»Ana,» le dijo con voz suave, «el Señor ha escuchado tu aflicción. Él levanta al pobre del polvo y al menesteroso del muladar, para sentarlos con los príncipes de su pueblo.»

Ana sintió lágrimas rodar por sus mejillas. Esa misma noche, mientras oraba en su pequeña choza, una voz interior le habló: «Yo soy Jehová, que no desprecio el corazón quebrantado.»

**El Cambio Inesperado**

Días después, Booz, el dueño de las tierras, notó a Ana entre las espigadoras. Movido por una compasión que él mismo no entendía, ordenó a sus siervos que dejaran caer manojos de trigo a propósito para ella. No solo eso, sino que la invitó a comer con ellos, algo inaudito para una mujer en su condición.

La noticia se esparció por el pueblo. «¿Booz muestra misericordia a una pobre viuda?» murmuraban algunos. Pero otros, recordando las palabras de los salmos, decían: «Es el Señor quien hace esto. Él da hijos a la estéril y hace de ella una madre feliz.»

Y así fue. Con el tiempo, Booz tomó a Ana por esposa, y de su linaje nacería un hijo que sería recordado en generaciones venideras.

**La Alabanza de los Humildes**

En la siguiente fiesta de la cosecha, Elíam se paró frente a la asamblea y alzó su voz:

—»Hermanos, alaben al Señor, porque Él se inclina desde los cielos para mirar a los pequeños. No hay nadie como nuestro Dios, que exalta al humilde y llena de gozo al corazón afligido. Desde el este hasta el oeste, ¡sea alabado su nombre!»

Y todos, ricos y pobres, unieron sus voces en un cántico de gratitud, porque habían visto con sus ojos que el Señor, en su misericordia, no olvida a los que confían en Él.

Así, la aldea entera aprendió que el Dios de Israel no solo reina en las alturas, sino que baja para transformar el lamento en danza y la ceniza en belleza. Porque, como dice el Salmo:

*»¿Quién como Jehová nuestro Dios, que se sienta en las alturas y se humilla para mirar en los cielos y en la tierra?»*

Y su misericordia permanece para siempre.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *