Biblia Sagrada

La Audacia de la Reina Ester (Note: The original title provided, La Audacia de la Reina Ester, is already concise, within the 100-character limit, and free of symbols or quotes. No changes are needed.) Alternative options (if desired): 1. Ester Salva a su Pueblo 2. El Valor de la Reina Ester 3. Ester y el Cetro del Rey 4. El Plan de Ester Let me know if you’d like further adjustments!

**La Audacia de la Reina Ester**

El sol se alzaba sobre Susa, bañando los jardines del palacio real con una luz dorada que parecía anunciar un día de gran importancia. Dentro de sus aposentos, la reina Ester se arrodillaba en oración, sus manos temblorosas entrelazadas con fervor. Había pasado tres días en ayuno, sin comer ni beber, preparando su corazón para el momento más peligroso de su vida. Ahora, vestida con sus ropas reales—un manto de púrpura finamente bordado con hilos de oro y un tocado que brillaba bajo la tenue luz de las lámparas—respiró profundamente. Sabía que lo que estaba a punto de hacer podía costarle la vida.

Con paso firme pero corazón palpitante, Ester avanzó por los corredores del palacio, sus sandalias resonando contra el mármol pulido. Las miradas de los guardias y sirvientes se clavaron en ella, sorprendidos por su aparición inesperada. Ninguna persona, ni siquiera la reina, podía presentarse ante el rey sin ser llamada. La ley era clara: quien osara entrar en el atrio interior sin invitación moriría, a menos que el monarca extendiera su cetro de oro en señal de clemencia.

Al llegar al umbral del salón del trono, Ester se detuvo. Allí, en el centro de la estancia, el rey Asuero se reclinaba sobre cojines de seda, rodeado de sus consejeros y nobles. Su rostro, usualmente sereno, mostró una expresión de sorpresa al ver a su reina parada en la entrada. Por un instante que pareció una eternidad, el silencio se apoderó de la sala.

Entonces, algo milagroso ocurrió.

El rey, movido por un afecto que solo Dios podía haber puesto en su corazón, extendió hacia Ester su cetro de oro. Un suspiro de alivio escapó de los labios de los presentes, y Ester, con gracia y humildad, se acercó y tocó la punta del cetro en señal de sumisión.

—¿Qué te ocurre, reina Ester? —preguntó Asuero, su voz llena de una curiosidad genuina—. ¿Cuál es tu petición? Hasta la mitad de mi reino, si la pides, te será concedida.

Ester, sabiendo que la prudencia era clave en ese momento, no reveló de inmediato su verdadero motivo. En lugar de eso, con una sonrisa serena, respondió:

—Si place al rey, vengan hoy el rey y Amán al banquete que he preparado en su honor.

El rey, complacido por la invitación, asintió de inmediato.

—Que se llame a Amán con urgencia, para cumplir el deseo de Ester.

**El Banquete y la Arrogancia de Amán**

Mientras los sirvientes se apresuraban a preparar el festín en los jardines del palacio, Amán, el hombre más poderoso después del rey, recibió la noticia con orgullo desmedido.

—¡La reina misma me ha invitado a un banquete privado con el rey! —exclamó ante su esposa y amigos, inflando el pecho—. Ningún otro noble ha recibido tal honor.

Sin embargo, su alegría se vio empañada cuando, al salir de su casa, se encontró con Mardoqueo sentado en la puerta real. El judío, fiel a sus convicciones, no se inclinó ni mostró temor. La ira de Amán ardió como fuego, pero se contuvo, recordando que pronto disfrutaría de un banquete en compañía del rey y la reina.

**El Primer Banquete de Ester**

Bajo toldos de lino blanco y entre el aroma de especias y manjares exquisitos, el rey y Amán se reclinaron en divanes adornados con joyas. Las copas de vino brillaban bajo la luz de las antorchas, y la música de arpas y flautas creaba una atmósfera de regocijo.

—Reina Ester —dijo Asuero, alzando su copa—, dime, ¿cuál es tu verdadera petición?

Ester, mirando a ambos hombres con calma, respondió:

—Mi petición y mi ruego es que, si he hallado gracia ante los ojos del rey, vengan otra vez mañana al banquete que prepararé para ustedes. Entonces revelaré lo que deseo.

El rey, intrigado pero satisfecho, aceptó. Amán, por su parte, salió del palacio con el corazón hinchado de orgullo, sin sospechar que cada paso que daba lo acercaba más a su propia ruina.

Mientras caminaba hacia su hogar, sus pensamientos volvieron a Mardoqueo.

—¡No toleraré más su insolencia! —murmuró, decidido.

Al llegar, ordenó a sus sirvientes que prepararan una horca de cincuenta codos de altura.

—Mañana —dijo con una sonrisa siniestra— pediré al rey permiso para colgar a Mardoqueo. ¡Entonces podré disfrutar del banquete con el alma en paz!

Lo que Amán ignoraba era que, en el silencio de la noche, Dios estaba tejiendo un plan mucho mayor. Uno que no solo salvaría a Mardoqueo, sino que cambiaría el destino de todo un pueblo.

Y así, entre banquetes y conspiraciones, la mano invisible del Altísimo guiaba cada detalle, preparando el escenario para un giro divino que solo Él podía orquestar.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *