El Refugio del Justo: Historia del Salmo 17 (Note: This title is 46 characters long, within the 100-character limit, and removes symbols and quotes as requested.)
**El Refugio del Justo: Una Historia Basada en el Salmo 17**
En los días del rey Ezequías, cuando Judá se encontraba bajo la sombra de la amenaza asiria, había un hombre llamado Eliab, un fiel siervo de Dios que habitaba en las afueras de Jerusalén. Eliab no era rico en posesiones terrenales, pero su corazón rebosaba de integridad y su vida era un reflejo de la justicia divina. Cada mañana, antes de que el sol dorado rozara los montes de Judea, él se postraba ante el Señor, clamando con palabras semejantes a las del salmista:
*»Oh Señor, escucha mi justa causa; atiende a mi clamor. Presta oído a mi oración, pues no sale de labios engañosos.»*
Eliab había sido acusado falsamente por un grupo de mercaderes ambiciosos que codiciaban el pequeño terreno que heredó de sus padres. Lo llamaban ladrón y mentiroso, difamando su nombre en las plazas y ante los ancianos de la ciudad. Pero él, confiando en la justicia divina, elevaba sus súplicas al cielo, sabiendo que el Señor examina los corazones y discierne la verdad de la mentira.
Una noche, mientras las estrellas titilaban como lámparas celestiales, Eliab tuvo un sueño. En él, vio la corte del cielo, donde el mismísimo Dios, sentado en su trono de gloria, juzgaba su causa. Los ángeles, como testigos silenciosos, rodeaban el tribunal, y la voz del Altísimo resonaba como el trueno:
*»He probado tu corazón, he velado por ti en la noche, he examinado tus pensamientos, y no he hallado malicia en ti. Tu boca no se ha desviado como la de los impíos.»*
Al despertar, Eliab sintió una paz indescriptible, como el rocío que cubre los campos al amanecer. Sabía que el Señor no lo abandonaría.
Pocos días después, los mercaderes tramaron su caída. Contrataron a hombres violentos para que lo atacaran en el camino solitario que llevaba a su casa. Pero cuando los asaltantes se acercaron, sus ojos se nublaron como si una niebla espesa los cubriera, y no pudieron ver a Eliab, quien pasó frente a ellos sin ser percibido. El Señor lo había guardado *»como a la niña de sus ojos»*, protegiéndolo bajo la sombra de sus alas.
Finalmente, la verdad salió a la luz. Uno de los mercaderes, atormentado por su conciencia, confesó el engaño ante los jueces de la ciudad. La reputación de Eliab fue restaurada, y sus enemigos, avergonzados, se alejaron en silencio.
Eliab, con lágrimas de gratitud, alzó sus manos hacia el cielo y exclamó:
*»En cuanto a mí, en justicia contemplaré tu rostro; al despertar, me saciaré de tu presencia.»*
Y así, el justo fue vindicado, no por su propia fuerza, sino por la mano fiel del Dios que escucha, protege y redime a los que en Él confían.
**Fin.**