El Juicio y Misericordia de Dios en Miqueas 7 (Note: 48 characters, within the limit, symbols and quotes removed.)
**El Juicio y la Misericordia de Dios: Una Historia Basada en Miqueas 7**
En los días del profeta Miqueas, la tierra de Judá se encontraba sumida en una profunda corrupción. Jerusalén, la ciudad que debía ser faro de justicia, se había convertido en un lugar donde la maldad se escondía en cada esquina. Los gobernantes aceptaban sobornos, los jueces pervertían el derecho, y los vecinos no podían confiar ni en sus propios amigos. Era como si la bondad hubiera desaparecido de la tierra, tal como lo había anunciado el profeta: *»El justo ha perecido de la tierra, y no hay quien sea recto entre los hombres»* (Miqueas 7:2).
En medio de este caos, vivía un hombre llamado Eliab, un campesino que trabajaba la tierra heredada de sus padres en las afueras de Belén. A diferencia de muchos, Eliab temía a Dios y procuraba vivir con integridad, pero cada día era una batalla. Los poderosos de la ciudad le exigían tributos excesivos, y los mercaderes lo engañaban con medidas falsas. Incluso su propio hermano había testificado en su contra en un juicio amañado, dejándolo al borde de la ruina.
Una noche, mientras Eliab contemplaba los campos que ya no daban fruto a causa de la sequía, levantó sus ojos al cielo y clamó: *»¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo veremos el triunfo de los impíos?»* Su voz se mezcló con el gemido del viento, y en ese momento, como si el cielo respondiera, una figura se acercó por el camino. Era un anciano de barba blanca y rostro sereno: el profeta Miqueas.
—No temas, Eliab —dijo el profeta, colocando una mano firme sobre su hombro—. El Señor ha escuchado tu clamor.
—Pero ¿dónde está la justicia? —preguntó Eliab con voz quebrada—. Los malvados prosperan, y los rectos somos pisoteados.
Miqueas asintió lentamente, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y certeza. —Así es ahora, pero no siempre será así. Escucha la palabra del Señor: *»No te alegres de mí, enemiga mía; aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, el Señor será mi luz»* (Miqueas 7:8).
El profeta continuó, describiendo un tiempo futuro en el que Dios mismo juzgaría a las naciones. Las fortalezas de los soberbios serían derribadas, y los que confiaban en sus riquezas quedarían en vergüenza. Pero para los que esperaban en el Señor, habría redención. *»Él volverá a tener misericordia de nosotros; pisoteará nuestras iniquidades y echará al fondo del mar todos nuestros pecados»* (Miqueas 7:19).
Eliab sintió un fuego arder en su pecho. No era una promesa de victoria inmediata, sino de una fidelidad que trascendía el tiempo.
Años más tarde, cuando los ejércitos babilonios arrasaron Judá y llevaron cautivos a muchos, las palabras de Miqueas resonaron en los corazones de los fieles. Incluso en el exilio, recordaron que Dios no los había abandonado. Y cuando, décadas después, un remanente regresó para reconstruir Jerusalén, comprendieron que la misericordia del Señor era más grande que su ira.
Así, la historia de Eliab se convirtió en un recordatorio para las generaciones venideras: aunque la maldad parezca triunfar por un tiempo, el juicio de Dios es seguro, y su misericordia, eterna. Porque Él es *»el Dios que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebelión»* (Miqueas 7:18), y su fidelidad permanece para siempre.