Here are a few title options within the 100-character limit: 1. **La fe de una madre y la sanación de su hija** 2. **Jesús sana a la hija de una mujer de fe** 3. **Una madre suplica y su hija es sanada** 4. **La humildad y fe que conmovieron a Jesús** 5. **La sanación de la hija de Jefesá** Let me know if you’d like any adjustments!
**La Fe de una Madre y la Sanación de una Hija**
En aquellos días, cuando Jesús recorría las tierras de Galilea y las regiones cercanas, su fama se había extendido por todas partes. Multitudes lo seguían, ansiosas por escuchar sus enseñanzas y presenciar sus milagros. Pero no todos los que se acercaban a Él eran bien recibidos por los líderes religiosos de la época.
Un día, mientras enseñaba en una casa cerca de Tiro y Sidón, una mujer extranjera, de origen fenicio y sirio, se enteró de su presencia. Esta mujer, cuyo nombre era Jefesá, llevaba años sufriendo en silencio. Su hija pequeña, de apenas doce años, estaba atormentada por un espíritu impuro que la hacía gritar, convulsionar y alejarse de todos, incluso de su propia madre. Jefesá había gastado todo lo que tenía en médicos y hechiceros, pero nada había funcionado. Al escuchar que el Rabí Jesús estaba cerca, decidió arriesgarlo todo.
Con el corazón palpitante y los pies cubiertos de polvo, Jefesá se abrió paso entre la multitud hasta llegar a la casa donde Jesús enseñaba. Los discípulos, al ver a una mujer gentil acercarse, intentaron impedirle el paso, pero ella, con lágrimas en los ojos, cayó de rodillas ante el Maestro.
—*¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!*— suplicó con voz quebrada. —*Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio. ¡Te ruego que la liberes!*
Jesús, en un primer momento, guardó silencio. No porque no sintiera compasión, sino porque deseaba probar la fe de aquella mujer. Los discípulos, incómodos, le dijeron:
—*Maestro, despídela, pues sigue gritando detrás de nosotros.*
Entonces, Jesús respondió, no a ellos, sino a la mujer:
—*No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.*
Sus palabras podían sonar duras, pero en ellas había una profunda enseñanza. Los «hijos» representaban al pueblo de Israel, los primeros en recibir el mensaje del Reino. Los «perritos», término cariñoso para los perros domésticos, simbolizaban a los gentiles, quienes no eran parte del pacto original.
Pero Jefesá no se dejó desanimar. Con una humildad y una fe que conmovieron el corazón de Jesús, respondió:
—*Sí, Señor, pero hasta los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.*
En ese momento, Jesús miró a la mujer con admiración. Su fe no dependía de privilegios ni de pertenecer al pueblo escogido. Ella creía que, aunque fuera una migaja de la gracia de Dios, sería suficiente para sanar a su hija.
—*Mujer, grande es tu fe. Que se cumpla lo que deseas.*
Y en ese mismo instante, a kilómetros de distancia, la hija de Jefesá sintió cómo una paz indescriptible la invadía. El espíritu maligno que la atormentaba huyó para siempre. Cuando la madre regresó a casa, encontró a su hija recostada en su cama, sonriendo, con los ojos claros y llenos de vida.
**La Verdadera Pureza**
Mientras tanto, los fariseos y algunos escribas que habían venido de Jerusalén observaban a Jesús y sus discípulos con ojos críticos.
—*¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los ancianos y comen sin lavarse las manos?*— le preguntaron con tono acusador.
Jesús, conociendo sus corazones, respondió con firmeza:
—*¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías acerca de vosotros cuando escribió: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.»*
Luego, llamando a la multitud, les explicó:
—*Nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo. Lo que sí lo contamina es lo que sale de su corazón: malos pensamientos, inmoralidad, robos, homicidios, adulterios, avaricia, malicia, engaño, envidia, calumnia, soberbia y necedad. Todas estas cosas salen de dentro y son las que verdaderamente contaminan al hombre.*
Sus palabras dejaron a muchos reflexionando. No eran los rituales externos los que hacían puro a un hombre, sino la condición de su corazón ante Dios.
Y así, con enseñanzas profundas y actos de poder, Jesús seguía revelando el verdadero camino del Reino: no en tradiciones humanas, sino en una fe genuina que transforma vidas.