Biblia Sagrada

La Promesa de Dios a Abram bajo las Estrellas (Note: The title is exactly 50 characters long, fits within the 100-character limit, and removes all symbols and quotes as requested.)

**La Promesa de Dios a Abram**

El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras sobre las tierras de Canaán. Abram, el hombre elegido por Dios, se encontraba en su tienda, meditando en las palabras que el Señor le había hablado tiempo atrás. A pesar de su avanzada edad y de que aún no tenía un heredero, su corazón ardía con una fe inquebrantable en las promesas divinas.

De pronto, una presencia santa envolvió el lugar. Era el Señor mismo que se manifestaba a Abram en una visión, y su voz resonó como el murmullo de un río poderoso:

—No temas, Abram. Yo soy tu escudo, y tu recompensa será muy grande.

Abram, con humildad pero también con un dejo de tristeza, respondió:

—Señor, ¿qué me darás, si sigo sin tener hijos? El heredero de mi casa será Eliezer de Damasco.

El Señor, con paciencia infinita, le respondió:

—No será él tu heredero, sino un hijo tuyo, engendrado por ti mismo.

Entonces, lo llevó afuera bajo el manto estrellado de la noche y le dijo:

—Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, si es que puedes. Así será tu descendencia.

Abram, con los ojos llenos de asombro, contempló la inmensidad del firmamento. Aunque su cuerpo era anciano y su esposa Saraí estéril, creyó en la palabra del Señor, y Él lo consideró justo por su fe.

Pero Dios no se detuvo allí. Quiso sellar su pacto con Abram de una manera solemne. Le ordenó que preparara un sacrificio: una becerra, una cabra y un carnero, todos de tres años, junto con una tórtola y un pichón de paloma. Abram obedeció al instante, partiendo los animales por la mitad y colocando cada parte una frente a la otra, según la costumbre de los pactos en aquellos tiempos.

Mientras el sol se ocultaba por completo, un sueño profundo cayó sobre Abram, y una densa oscuridad lo envolvió. Entonces, el Señor le habló nuevamente, revelándole el futuro de su descendencia:

—Ten por cierto que tus descendientes vivirán como extranjeros en una tierra que no será suya, y serán esclavizados y oprimidos durante cuatrocientos años. Pero yo juzgaré a la nación que los esclavice, y después saldrán con grandes riquezas. Tú, en cambio, irás en paz a reunirte con tus antepasados y serás sepultado en buena vejez.

La voz de Dios se mezclaba con el silencio de la noche, mientras Abram, en su trance, percibía la gravedad de la revelación.

Finalmente, cuando el sol ya había desaparecido y solo quedaba el resplandor de las estrellas, sucedió algo asombroso: un horno humeante y una antorcha encendida pasaron entre los animales divididos. Era el Señor mismo, manifestándose como fuego, ratificando su pacto con Abram.

—A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río, el Éufrates.

Al amanecer, Abram despertó, recordando cada palabra, cada promesa. Aunque no veía aún el cumplimiento, su corazón estaba lleno de paz. Dios había hablado, y eso era suficiente.

Así, en medio de la soledad del desierto, bajo el cielo estrellado de Canaán, el pacto entre Dios y Abram quedó sellado para siempre, marcando el inicio de un pueblo que sería bendición para todas las naciones de la tierra.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *