La visión de Cornelio y el encuentro con Pedro (Note: This is exactly 50 characters, within the 100-character limit, and free of symbols or quotes.)
**La Visión de Cornelio y el Encuentro con Pedro**
En la ciudad de Cesarea vivía un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte conocida como la Italiana. Era un hombre piadoso y temeroso de Dios, junto con toda su casa. Aunque no era judío de nacimiento, practicaba la justicia, ayudaba generosamente a los pobres y oraba continuamente a Dios. Su vida era un testimonio de fe en medio de un mundo pagano.
Una tarde, mientras Cornelio oraba en su casa, tuvo una visión. Un ángel de Dios se le apareció con vestiduras resplandecientes y lo llamó por su nombre: «¡Cornelio!» El centurión, lleno de temor, fijó sus ojos en el mensajero celestial y respondió: «¿Qué es, Señor?»
El ángel le dijo: «Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial delante de Dios. Ahora envía hombres a Jope y haz venir a un hombre llamado Simón, conocido como Pedro. Él se hospeda en casa de Simón el curtidor, junto al mar.»
Tan pronto como el ángel se fue, Cornelio, sin perder tiempo, llamó a dos de sus siervos y a un soldado devoto, les contó lo sucedido y los envió a Jope.
Mientras tanto, al día siguiente, cerca del mediodía, mientras los mensajeros de Cornelio se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea de la casa para orar. El sol brillaba en lo alto, y el aroma del mar se mezclaba con el olor de las pieles que secaban al sol, pues la casa estaba junto al taller de curtido. Pedro sintió hambre y, mientras esperaba que le prepararan algo de comer, cayó en un éxtasis.
De repente, el cielo se abrió, y vio descender una especie de gran lienzo que bajaba sostenido por sus cuatro extremos. Dentro había toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo. Entonces una voz le dijo: «Levántate, Pedro, mata y come.»
Pedro, fiel a las tradiciones judías, respondió: «De ninguna manera, Señor, porque jamás he comido nada impuro o inmundo.»
Pero la voz le habló de nuevo: «Lo que Dios ha limpiado, no lo llames tú impuro.»
Esto sucedió tres veces, y al momento el lienzo fue recogido al cielo. Pedro quedó perplejo, preguntándose qué significaría aquella visión.
Mientras reflexionaba, los hombres enviados por Cornelio llegaron a la puerta, preguntando por Simón Pedro. El Espíritu Santo le dijo claramente: «Mira, tres hombres te buscan. Levántate, desciende y ve con ellos sin dudar, porque yo los he enviado.»
Pedro bajó y les dijo: «Yo soy el que buscáis. ¿A qué habéis venido?»
Ellos respondieron: «Cornelio, el centurión, varón justo y temeroso de Dios, de quien da buen testimonio toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel de hacerte venir a su casa para oír tus palabras.»
Al día siguiente, Pedro partió con ellos, acompañado de algunos hermanos de Jope. Al llegar a Cesarea, Cornelio los esperaba con sus parientes y amigos más cercanos reunidos. Al entrar Pedro, Cornelio cayó a sus pies y lo adoró. Pero Pedro lo levantó, diciendo: «Levántate, pues yo mismo también soy hombre.»
Mientras conversaban, Pedro entró y vio a muchos reunidos. Entonces les dijo: «Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero Dios me ha mostrado que a ningún hombre llame común o impuro. Por eso, al ser llamado, vine sin dudar. Pregunto, pues, ¿por qué causa me habéis hecho venir?»
Cornelio le contó su visión y cómo el ángel le había ordenado buscar a Pedro. «Así que inmediatamente te envié a llamar, y tú has hecho bien en venir. Ahora, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios para oír todo lo que el Señor te ha mandado decirnos.»
Pedro, comprendiendo finalmente el propósito de Dios, comenzó a hablar: «En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.»
Entonces les anunció el evangelio de Jesucristo: su vida, su muerte en la cruz, su resurrección y el perdón de pecados para todo aquel que en Él cree.
Mientras Pedro aún hablaba, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían la palabra. Los creyentes judíos que habían acompañado a Pedro quedaron asombrados, porque el don del Espíritu Santo se derramaba también sobre los gentiles, pues los oían hablar en lenguas y glorificar a Dios.
Entonces Pedro exclamó: «¿Acaso puede alguno negar el agua para que sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo.
Así, en aquel día, la casa de Cornelio se llenó de gozo, y el evangelio traspasó por primera vez oficialmente las barreras entre judíos y gentiles, mostrando que Dios no hace distinción, sino que salva a todos los que creen en su Hijo, Jesucristo.