Biblia Sagrada

**La Fidelidad de Dios y el Arrepentimiento de Israel** (96 characters)

**La Fidelidad de Dios y el Arrepentimiento Efímero de Israel**

El sol apenas comenzaba a ascender sobre los montes de Samaria, iluminando los valles donde el pueblo de Israel, cansado y quebrantado, buscaba una señal del Dios al que tantas veces habían abandonado. Las palabras del profeta Oseas resonaban en sus oídos como un eco divino: *»Venid, volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará»* (Oseas 6:1).

Era un llamado al arrepentimiento, una invitación a dejar atrás la idolatría y la infidelidad que los había llevado al borde de la ruina. Los ancianos del pueblo, con rostros surcados por las preocupaciones, se reunieron a las afueras de la ciudad, cerca de un olivo centenario cuyas ramas parecían extenderse hacia el cielo en súplica.

—»Él nos dará vida después de dos días; al tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él» —murmuró un levita, recordando las palabras del profeta.

La esperanza floreció por un momento en sus corazones. Tal vez, si volvían a Dios con humildad, Él tendría misericordia. Quizás las cosechas volverían a ser abundantes, y los ejércitos enemigos retrocederían. Pero el Señor, que conoce los corazones, sabía que su arrepentimiento era superficial, como el rocío de la mañana que se desvanece al primer rayo de sol.

**El Lamento de Jehová**

Mientras el pueblo ofrecía sacrificios en los altares, pensando que con ritos externos aplacarían la ira divina, la voz de Dios tronó en el espíritu de Oseas: *»Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos»* (Oseas 6:6).

El profeta, con lágrimas en los ojos, miró a su alrededor. Los sacerdotes realizaban los rituales con precisión, pero sus corazones estaban lejos del Señor. Los mercaderes engañaban a los pobres, los jueces aceptaban sobornos, y las mujeres de Samaria seguían inclinándose ante los ídolos de fertilidad, creyendo que Baal les daría prosperidad.

—»Mas ellos, cual Adam, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí» —declaró el Señor.

Oseas recordó cómo Adán, en el Edén, había violado el mandamiento divino por su propia voluntad. Así también Israel, a pesar de haber sido elegido como pueblo santo, había quebrantado el pacto una y otra vez.

**La Justicia y la Misericordia Divinas**

En las calles de Betel, donde antaño Jacob había visto ángeles ascender y descender, ahora se levantaban altares paganos. Los líderes del pueblo conspiraban en las sombras, aliándose con naciones extranjeras en lugar de confiar en el poder de Jehová.

—»Galaad es ciudad de malhechores, manchada de sangre» —anunció Oseas con voz grave.

La corrupción se había extendido como una plaga. Los sacerdotes, en lugar de guiar al pueblo hacia la santidad, se habían convertido en asesinos, eliminando a quienes osaban denunciar sus pecados.

Pero en medio de la condena, brillaba un destello de esperanza. Porque el mismo Dios que juzgaba era también el que anhelaba restaurar.

—»Por tanto, yo los he cercenado por medio de los profetas, los he matado con las palabras de mi boca» —dijo el Señor—. *»Pero mi juicio saldrá como la luz.»*

El pueblo no podía escapar de las consecuencias de su pecado, pero Dios, en su fidelidad, no los abandonaría para siempre. Como un padre que disciplina al hijo rebelde, el Señor los purificaría para traerlos de vuelta a Su gracia.

**El Verdadero Arrepentimiento**

Al caer la tarde, Oseas se dirigió a un grupo de campesinos que escuchaban con atención.

—»Aprended, y conoced a Jehová» —les exhortó—. «Su juicio es seguro como el amanecer, y su amor más constante que las lluvias tardías que riegan la tierra.»

Algunos bajaron la cabeza, reconociendo su culpa. Otros, endurecidos, se alejaron murmurando. Pero el profeta sabía que, aunque Israel fallara, Dios permanecería fiel. Porque Él no se complace en la destrucción, sino en la redención.

Y así, bajo el cielo teñido de púrpura, la palabra del Señor quedó grabada en los corazones de los que anhelaban la verdadera transformación: no un arrepentimiento pasajero, sino una devoción inquebrantable al Dios de misericordia y justicia.

Porque al final, como el sol que nunca deja de salir, Su fidelidad brillaría sobre ellos una vez más.

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