Biblia Sagrada

Amor en la Noche: Meditación sobre Cantar de los Cantares 5

**El Amor que Trasciende: Una Meditación sobre Cantar de los Cantares 5**

En los jardines perfumados de Jerusalén, donde el sol dorado acariciaba los viñedos y las flores desplegaban sus colores ante el susurro de la brisa, la amada del Cantar de los Cantares se encontraba sumida en un sueño profundo. Su corazón, aunque dormido, velaba por el amado, aquel cuyo nombre resonaba como música en lo más íntimo de su ser.

*»Yo dormía, pero mi corazón velaba…»* (Cantar 5:2).

Era medianoche cuando un sonido delicado, como el roce de los pétalos contra la ventana, despertó sus sentidos. Era la voz de su amado, que golpeaba suavemente la puerta.

—¡Ábreme, hermana mía, esposa mía, paloma mía, perfecta mía! —clamaba él con ternura—. Porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche.

La amada, envuelta aún en la tibieza de su lecho, se debatía entre la comodidad y el anhelo de abrazar a su amor.

—Me he desvestido, ¿cómo he de vestirme? —murmuró—. He lavado mis pies, ¿cómo he de ensuciarlos?

Pero entonces, algo en su corazón se estremeció. Alargó la mano hacia la puerta, y al tocar el cerrojo, sintió que sus dedos se humedecían con la fragancia de la mirra que su amado había dejado como señal de su presencia. Cuando por fin abrió, él ya no estaba.

*»Mi amado había pasado, se había ido…»* (Cantar 5:6).

El vacío la inundó. Su alma se angustió como un ciervo herido que busca en vano el arroyo de aguas vivas. Salió entonces a las calles oscuras de la ciudad, descalza, con el manto apenas cubriendo su cuerpo, llamando a gritos a su amado. Pero en lugar de encontrarlo, los guardias de la muralla la hirieron con sus palabras, arrancándole el velo y dejando al descubierto su vulnerabilidad.

*»Me hirieron los guardias de los muros, me quitaron mi manto…»* (Cantar 5:7).

Aun así, ella no desistió. Con lágrimas que brillaban como perlas bajo la luz de la luna, rogó a las hijas de Jerusalén:

—Si halláis a mi amado, decidle que estoy enferma de amor.

Las jóvenes, curiosas, preguntaron:

—¿Qué tiene tu amado más que otro amado, oh la más hermosa de las mujeres?

Entonces, la esposa, con voz temblorosa pero llena de pasión, comenzó a describir a su amado con palabras que parecían brotar de un manantial de amor eterno.

—Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil. Su cabeza es como oro finísimo; sus cabellos, ondulados, negros como el cuervo. Sus ojos, como palomas junto a los arroyos de aguas, bañados en leche y posados sobre la abundancia. Sus mejillas, como un lecho de especias, como torres de perfumes; sus labios, lirios que destilan mirra pura.

Siguió describiendo sus manos, anillos de oro engastados con berilos; su vientre, alabastro pulido cubierto de zafiros; sus piernas, columnas de mármol fundadas sobre bases de oro. Su aspecto, como el Líbano, escogido como los cedros.

*»Su paladar es dulcísimo, y todo él codiciable…»* (Cantar 5:16).

Al terminar su descripción, las hijas de Jerusalén quedaron en silencio, conmovidas por la profundidad de su amor. La amada, exhausta pero firme, concluyó:

—Este es mi amado, y este es mi amigo, oh hijas de Jerusalén.

**Reflexión Teológica**

Este pasaje del Cantar de los Cantares no solo habla del amor humano en su forma más pura, sino que también refleja el anhelo del alma por Cristo, el Amado celestial. La esposa, aunque tardó en responder, buscó incansablemente a su amor, así como nosotros, a veces tibios en nuestra fe, debemos levantarnos y buscar a Dios con pasión. Las heridas de los guardias simbolizan las pruebas que enfrentamos, pero el amor de Dios nos sostiene.

La descripción del amado es un eco de la perfección de Cristo, cuya hermosura y majestad superan toda comparación. Y así como la esposa no se conformó con su ausencia, nosotros debemos clamar: *»¡Ven, Señor Jesús!»* (Apocalipsis 22:20), hasta que el Amado de nuestras almas vuelva para llevarnos a las moradas eternas.

En este relato, el amor humano se convierte en un espejo del amor divino, recordándonos que solo en Dios el corazón encuentra descanso. *»Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía»* (Salmo 42:1).

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