La Justicia de Dios Revelada en Romanos (99 characters) Alternatively, if you’d prefer a shorter version: La Justicia Divina en Cristo (25 characters) Or a more poetic option: Gracia y Fe: La Justicia de Dios (30 characters) Let me know if you’d like any adjustments! The first option stays closest to your original while fitting the character limit.
**La Justicia de Dios Revelada**
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas de Roma, pintando el cielo con tonos dorados y púrpuras. En una pequeña casa cerca del Foro, un grupo de creyentes se reunía en secreto para escuchar las palabras de una carta que había llegado desde Corinto. Entre ellos estaba Marco, un antiguo mercader judío que había abandonado su negocio para seguir a Cristo, y Lidia, una mujer gentil cuya vida había sido transformada por el evangelio. Aquella noche, el anciano Tito, guardián de las Escrituras, desenrolló el pergamino y comenzó a leer en voz alta las palabras del apóstol Pablo:
*»¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.»*
Los presentes asintieron solemnamente. Muchos de ellos eran judíos de nacimiento, y aunque ahora vivían bajo la gracia de Cristo, recordaban con reverencia las promesas dadas a sus padres. Pero las siguientes palabras de Pablo resonaron como un trueno en sus corazones:
*»Pero si algunos no creyeron, ¿su incredulidad hará nula la fidelidad de Dios? ¡De ninguna manera! Más bien, sea Dios veraz y todo hombre mentiroso, como está escrito: ‘Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando seas juzgado.'»*
Marco cerró los ojos, recordando cómo, en su juventud, había confiado en su linaje y en la observancia de la ley para alcanzar la justicia. Pero ahora entendía que ni siquiera Israel había sido fiel.
Tito continuó leyendo, y su voz se volvió más grave:
*»¿Qué, pues? ¿Somos mejores que ellos? En ninguna manera, pues ya hemos denunciado que tanto judíos como griegos están bajo pecado, como está escrito: ‘No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios.'»*
Lidia sintió un escalofrío. Ella, una gentil que antes adoraba a los dioses del Olimpo, conocía bien la oscuridad de su pasado. Pero ahora, al escuchar estas palabras, comprendía que todos—judíos y gentiles—habían caído por igual.
El pergamino seguía desenrollándose, revelando verdades cada vez más profundas:
*»Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay bajo sus labios; su boca está llena de maldición y amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos.»*
Un silencio pesado llenó la habitación. Nadie podía negar la verdad de estas palabras. Todos, en algún momento, habían vivido lejos de Dios.
Pero entonces, Tito llegó al corazón del mensaje, y su rostro se iluminó con esperanza:
*»Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas: la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.»*
Marco no pudo contener las lágrimas. ¡Cuánto había luchado por cumplir la ley! ¡Cuántas veces había caído! Pero ahora entendía que la justicia no provenía de sus esfuerzos, sino de Aquel que había derramado Su sangre en la cruz.
Lidia, con voz temblorosa, preguntó: —Entonces, ¿Dios nos declara justos solo por creer en Jesús?
Tito asintió y leyó las últimas palabras de aquel capítulo:
*»¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque Dios es uno solo, y él justificará por la fe a los circuncisos, y por medio de la fe a los incircuncisos.»*
Aquella noche, en aquella humilde casa de Roma, los creyentes entendieron que no había distinción entre ellos. Judíos y gentiles, ricos y pobres, hombres y mujeres—todos habían sido unidos por la misma fe en Cristo. Y mientras las estrellas brillaban en el firmamento, alabaron a Dios, cuyo amor y justicia habían sido revelados de una vez y para siempre en el sacrificio de Su Hijo.
Y así, la carta de Pablo a los Romanos seguía resonando, no solo en sus mentes, sino en sus corazones transformados por la gracia.