**El Discurso del Monte de los Olivos: La Venida del Hijo del Hombre**
El sol comenzaba a descender sobre Jerusalén, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras mientras Jesús y sus discípulos salían del templo. Los discípulos, admirados por la grandeza de las construcciones, señalaban las imponentes piedras y los ricos adornos del santuario. Pero el Señor, con mirada solemne, les dijo:
—¿Veis todo esto? De cierto os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada.
Sus palabras cayeron como un trueno en los corazones de los discípulos. Más tarde, mientras descansaban en el Monte de los Olivos, Pedro, Santiago, Juan y Andrés se acercaron a Jesús en privado y le preguntaron con voz temblorosa:
—Dinos, ¿cuándo sucederán estas cosas? ¿Y qué señal habrá de tu venida y del fin del mundo?
Jesús, sentado bajo un viejo olivo, miró hacia la ciudad santa y comenzó a hablar con voz profunda y llena de autoridad.
**Las Señales de los Tiempos**
—Mirad que nadie os engañe —advirtió—, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: «Yo soy el Cristo», y a muchos engañarán.
El viento susurraba entre las hojas mientras los discípulos escuchaban con atención.
—Oiréis de guerras y rumores de guerras —continuó Jesús—, pero no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin. Se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestes, hambres y terremotos en diferentes lugares. Pero todo esto solo será el principio de los dolores.
Los rostros de los discípulos se ensombrecieron al imaginar tales calamidades. Jesús prosiguió:
—Entonces os entregarán a tribulación, os matarán y seréis aborrecidos por todas las naciones por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.
Tomás, con voz angustiada, preguntó:
—Señor, ¿cómo podremos soportar tal persecución?
Jesús lo miró con compasión.
—El que persevere hasta el fin, este será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.
**La Abominación Desoladora**
El Maestro tomó un puñado de tierra y la dejó caer lentamente entre sus dedos antes de continuar.
—Cuando veáis, pues, la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, colocada en el lugar santo (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes. El que esté en la azotea no descienda para tomar algo de su casa, y el que esté en el campo no vuelva atrás para tomar su capa.
Los discípulos intercambiaron miradas de preocupación.
—¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo, porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados.
**La Venida del Hijo del Hombre**
Jesús alzó su mirada hacia el cielo, donde las primeras estrellas comenzaban a aparecer.
—Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y todas las tribus de la tierra harán lamentación cuando vean al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria.
El aire pareció cargarse de solemnidad. Jesús, con voz que resonó como un trueno, añadió:
—Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.
**La Lección de la Higuera**
Señalando hacia una higuera cercana, Jesús dijo:
—De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas. De cierto os digo que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
**El Día y la Hora Nadie los Sabe**
Con un tono más grave aún, Jesús concluyó:
—Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre. Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.
Los discípulos contuvieron el aliento.
—Estad, pues, preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá.
El silencio se extendió sobre el monte. La luna ahora brillaba en lo alto, y las sombras de los olivos se alargaban sobre la tierra. Jesús se levantó, y sus seguidores lo hicieron en silencio, meditando en cada palabra que había salido de sus labios. Sabían que el tiempo se acercaba, y que debían velar, porque el Señor vendría como ladrón en la noche.
Y así, bajo el cielo estrellado, comenzó la larga espera de la Iglesia, guardando en sus corazones las advertencias y promesas del Salvador.